Durante la Segunda Guerra Mundial entre el 6 y 9 de agosto del año 1945, el Gobierno estadounidense presidido por Harry S. Truman ordenó el bombardeo nuclear a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, quedando en cenizas y con sobrevivientes afectados por la radiación.

Concluida la guerra, se produjo un resurgimiento extraordinario tanto en la industria como en la actividad comercial por parte de la población japonesa; lo que llamó la atención al empresario estadounidense John D. Rockefeller III, quien reunió una comisión de intelectuales a su cargo para que se trasladen a Japón y conozcan de cerca el milagro del desarrollo industrial y comercial.

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Al llegar los comisionados visitaron algunas empresas japonesas para conocer sus secretos y una vez que lo lograron regresaron a su país. Ansioso por conocer el resultado, Rockefeller preguntó a la comisión en qué consiste el japonés y los comisionados le entregaron un pequeño manual de políticas laborales que contiene normas de cómo las personas deben trabajar en armonía, juntando la juventud con la experiencia.

Lamentablemente, en el Ecuador no valoramos la experiencia laboral y esta falla, sin duda alguna, está causando una pérdida social y económica en nuestro país. Inclusive hemos tenido gobiernos que fuera de toda ley y de forma desacertada han puesto límites de edad para ocupar funciones públicas, relegando de forma discriminada a los “mayores”.

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Las canas no aparecen por gusto, son fruto, en muchos casos, de la sabiduría y experiencias acumuladas con el correr del tiempo, que deberían ser valoradas por los gobernantes de turno y como bien dijo Henry Ford: “Cualquiera que deja de aprender es viejo, ya tenga 20 años u 80. Cualquiera que sigue aprendiendo se mantiene joven”. (O)

Walther Aragundi Jara, abogado, Playas