Ya nos advertía, con insolente desparpajo, el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman que el miedo que vive nuestra sociedad se desarrolla y crece en un medio líquido, por los cambios constantes y la transitoriedad de sus quehaceres. Llama mucho la atención la afirmación de que el miedo y el mal son hermanos siameses, y asegura inclusive que son dos nombres para una misma experiencia. A nadie se le ha ocurrido jamás sentir miedo por algo bueno. Siempre nace, crece y se desarrolla el miedo cuando transitamos por los caminos del mal. De ahí que lo que tememos es malo, y lo que es malo nos produce temor.

¿Cuánto se valora una disculpa?

En el Antiguo Testamento, Dios nos informa de una lista de mandamientos, cuya desobediencia nos convierte en infractores de la ley y pecadores. En el Nuevo Testamento, Jesucristo nos habla de la ley del amor, nos asegura que en el amor no hay temor, que el que desea el bien nunca teme, porque solo quiere cosas buenas en su vida y en la de los demás. Así que ahí surge la invitación a “no temer”, ya que no hay razón para hacerlo si es que lo que hacemos o vamos a hacer es bueno. Por el contrario, si vamos a practicar el mal debemos temer y asustarnos, pues entramos en caminos oscuros y tenebrosos. (O)

Gustavo Vela Ycaza, Quito