Bajo el título “La juliana”, el articulista Simón Pachano aborda el centenario de la llamada Revolución juliana, acontecimiento acaecido en 1925, un hecho que prácticamente se ha ido borrando de la memoria colectiva a tal punto que –como lo admite el articulista– su trascendencia es solo tarea de historiadores. Precisamente la deformación que la mayoría de “historiadores” hicieron de tal acontecimiento al describir sesgadamente sucesos económicos de aquella época bajo un prisma parcializado –cuando no deliberadamente equivocado– dio como resultado que la verdad no brille como debió brillar.

Centenario histórico

En efecto, la Revolución juliana de 1925 representó la ruptura regional que el auge cacaotero provocó en el manejo de la política económica del Estado, y ello se evidencia por las mejores condiciones de vida de los habitantes de la Costa ecuatoriana gracias a la llamada ‘pepa de oro’ y su efecto multiplicador en la economía empresarial que llevó a Guayaquil a erigirse en capital económica del Ecuador. Este fenómeno desató envidias de grupos que parapetados en el poder político de quienes gobernaron esa época hostilizaron al empresariado de Guayaquil y sus vecindades, generando un estado de tensión que socavó la unidad nacional.

El 9 de julio de 2025 se recordaron 100 años de esa revolución, tiempo más que suficiente para repasar la historia y entender los verdaderos motivos que la provocaron. Sin ánimo de polemizar, referiré que el propio Banco Central ha dado cabida a historias fidedignas que son diametralmente opuestas a dictados que proclamaron quienes forjaron esos sucesos (la juliana) buscando destruir a la banca privada responsabilizándola de caotizar la economía del país. Por ejemplo, Luis Alberto Carbo desde la Dirección de Investigaciones Económicas del Banco Central en su libro Historia monetaria y cambiaria del Ecuador, desde la época colonial, publicado en 1978, detalla minuciosamente las falacias que inspiraron la tal Revolución juliana y con cifras demuestra cómo se manipularon estadísticas para lograr los proditorios fines que la inspiraron. Historiadores de la talla de Julio Estrada Ycaza (+) y Guillermo Arosemena, quien aún vive, han dejado para la posteridad realidades del Ecuador de esa época, muy distinta a las leyendas de la era de los 20 y 30, acicateadas por un enfermizo regionalismo.

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Una revancha personal

A tal punto se exageró que el gobierno del presidente Ayora tomó la equivocada decisión de liquidar el Banco Comercial y Agrícola en diciembre de 1926. Para ponerlo en palabras de Guillermo Arosemena: “Este episodio ignominioso es una página muy triste de la historia ecuatoriana e insólito porque se cerró un Banco que era solvente y que tenía el suficiente respaldo para operar” (tomado de su libro Las crisis económicas en el Ecuador). (O)

Xavier Neira Menéndez, economista, Guayaquil