A veces nos sentimos atrapados en una cultura de remordimiento, donde alcanzar logros fruto de nuestro esfuerzo no nos permite disfrutar de una felicidad completa. Pensamos que gozar de lo alcanzado es injusto porque quienes amamos no tienen lo mismo; olvidamos que nada de lo logrado ha sido gratuito y que detrás pudo haber fortaleza, soledad, desvelos o momentos de desesperanza.

Con frecuencia confundimos el espíritu de apoyo y la gratitud –dos de los valores más nobles– con el afecto que sentimos por quienes nos rodean. Creemos que disfrutar plenamente de lo conseguido significa restar cariño, como si nuestra alegría disminuyera el vínculo con los demás. Esa confusión despierta un sentimiento de deuda que termina por opacar la alegría de avanzar.

El hábito no hace al monje

Es aún más paradójico cuando muchos tuvieron oportunidades semejantes y simplemente no las aprovecharon. Debemos dejar atrás ese lastre emocional que no implica amar menos ni ser indiferentes, sino reconocer el privilegio de disfrutar los frutos del esfuerzo y la capacidad de sobreponernos a la adversidad en busca de una luz propia.

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No confundamos vínculos familiares, amistosos o de pareja con la obligación de renunciar a nuestra satisfacción. Todos tenemos derecho a construir la felicidad, a luchar por ella y a valorar lo positivo en cada experiencia. Y aunque no todos avancemos al mismo ritmo, eso no disminuye nuestro afecto. Tampoco significa que la unión consista en hundirse como grupo cuando alguien se queda atrás.

El fracaso es un simple impostor

Es doloroso descubrir que, a veces, quienes más deberían celebrar nuestros pasos son quienes más los minimizan. Nos enseñaron a pensar que o triunfamos todos o nadie puede sentirse pleno. Con esa lógica, se desmerece el trasfondo de sacrificios y aprendizajes que sostienen cada logro. Poco o mucho, lo conseguido debe celebrarse, no empañarse por juicios ajenos.

Alcanzar una meta no debería arrastrar la sensación de deuda con quienes no lo lograron. Romper ese círculo de autorreproche nos permite vivir con plenitud los frutos de nuestro empeño. (O)

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Álex Torres Espinoza, Samborondón