Si cada proveedor de servicios de transporte, tiendas, almacenes, peluquerías, talleres, clínicas y hospitales y un amplísimo etcétera, hicieran lo que tienen que hacer y hacerlo de la mejor manera. Si los que administran la cosa pública entendieran de una vez por todas que no son autoridad sino servidores públicos, es decir, están a nuestro servicio, que lo que hacen deben realizarlo con buena cara y buen modo. Quienes se encuentran en estas posiciones administrativas no deberían ser groseros, no insultar, ni ser patanes o actuar envalentonados de poder.

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Si los profesores de todos los niveles educaran no solo por un sueldo, sino también por amor, serían constructores de una nueva sociedad, de un camino nunca antes transitado, serían un maravilloso ejemplo a seguir por jóvenes y adultos, por nacionales y extranjeros. Y es que cuando digo, por amor, me refiero a que lo que tengamos que hacer, lo hagamos: primero, porque nos nace, por nuestra propia voluntad, sin que nadie nos lo pida; segundo, sin esperar nada a cambio, una recompensa económica, un reconocimiento, unas gracias, una felicitación, nada; y tercero, hacerlo en silencio, sin gritarlo a los cuatro vientos, hacerlo con la mano derecha sin que la izquierda se entere o viceversa. Nada más basta con mirar y sentir cuanto nos rodea: los paisajes naturales, los ríos y mares, la lluvia, el sol y demás astros, el frío, el calor, animales de toda clase. ¿No fue esto y más hecho por amor? Si alguien nos contrata para pintar el casco de un barco y simplemente lo pintamos porque así nos lo pidió el cliente, pero si antes lo sometiéramos a una verdadera labor de mantenimiento sería diferente. Si un municipio pintara los parques sin previa labor de mantenimiento, es un gasto inútil, pero si lo hace por amor, es una inversión, digna de agradecimiento. De ahí la importancia de hacer las cosas por amor y por nuestro bien y el del prójimo. (O)

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Luis Alberto Hurtado Riera, Guayaquil