A nivel personal, todos somos libres de tener aspiraciones, es un derecho que nadie puede quitarnos y muchas veces se convierte en el motor que nos permite lograr lo que queremos. Como miembros responsables de una sociedad, la cosa cambia, pues aparte de nuestros deseos personales, tenemos la responsabilidad de legar a las futuras generaciones un lugar donde puedan desarrollar libremente sus facultades, siendo cubiertos al menos básicamente los pilares que les permitan tener una vida digna (salud, seguridad, educación).

Más allá, quienes aspiran a gobernarnos deben estar conscientes de que como todo grupo humano diverso, cada uno de nosotros vamos a querer cumplir todos nuestros deseos sin mirar más allá de nuestras narices; pero como gobernantes debemos saber también que los recursos no son infinitos y hay que saber administrarlos adecuadamente, cubriendo de manera primordial las necesidades básicas que tiene toda sociedad civilizada para luego, si acaso sobra algo, empezar a buscar obras de inversión que nos lleven a ir creciendo de una manera escalonada y estable para mejorar la calidad de vida de todos los habitantes. Lamentablemente, según las ofertas de campaña que se han escuchado, estamos muy lejos de poder llegar a ese fin que debería buscar cualquier candidato serio.

Es imposible saber qué piensan realmente las personas. Por esto nos queda imaginar que todas las fantásticas propuestas que escuchamos, que van a dar una vez a un millón de ciudadanos $ 1.000, después de posesionarse el presidente, o que el sueldo básico va a subir a $ 500 dentro de su administración; tienen un plan económico concreto que va a permitir que se materialicen, puesto que si no es así se demostrará una vez más que a los políticos no les importan las necesidades de los ciudadanos. (O)

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Francisco Andrés Ramírez Parrales, ingeniero, Samborondón