Nuestro cuerpo fue creado para el movimiento. Cada articulación y músculo está pensada para acompañar la acción cotidiana: caminar, subir escaleras, estirarse, respirar. Pero la vida moderna nos ha llevado a una paradoja: pasamos la mayor parte del día sentados y tratamos de compensarlo con una hora intensa de ejercicio, como si eso bastara para equilibrar el sedentarismo acumulado.
Cuando los sentidos nos salvan
El verdadero bienestar no radica en un esfuerzo aislado, sino en integrar el movimiento de forma natural a nuestra rutina diaria. Caminar en lugar de conducir distancias cortas, utilizar las escaleras, estirarnos, levantarse con frecuencia, moverse mientras se conversa. El cuerpo no necesita “una hora de castigo”, sino una vida en movimiento.
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En cambio, aquello que sí hemos olvidado practicar con intención es detenernos. Vivimos apurados, saturados de estímulos, exigencias y ruido. Por eso, vale más reservar una hora al día para la quietud, para reflexionar, orar o meditar, y reencontrarnos con nosotros mismos y con Dios.
El cerebro: territorio de autoconocimiento
El bienestar verdadero depende menos del músculo y más de la serenidad interior. Mover el cuerpo y aquietar el alma: ese es el equilibrio para una vida plena. (O)
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Paula Pettinelli Gallardo, Guayaquil