El aliado más fiel de la sabiduría es el amor; quien más sabe, mejor ama, porque entiende mejor y se funde con la gran mente que es Dios.

Yo siempre recuerdo este antiguo proverbio chino: “El sabio no habla, los que tienen talento hablan y los estúpidos discuten”. Los upanishad decían que el envase son las palabras y la esencia es el silencio; en el silencio termina todo y además es el principio y fin de la sabiduría; es la paz y la tranquilidad. Pitágoras decía: “Aprende a estar en silencio, deja que tu mente tranquila escuche y te quede absorta”.

Cantarle a la vida

Blaise Pascal decía “que todas las desdichas del hombre provienen de su incapacidad para sentarse tranquilamente en una habitación a solas”. Esta es una práctica olvidada; la vorágine de los tiempos nos acelera y esta confusión nos genera el caos y el desorden en que vivimos. Nos falta coordinar mediante la meditación nuestro cerebro, poner en armonía el hemisferio izquierdo, que es el que piensa, intuye y calcula; con el hemisferio derecho, que es el que ama; necesitamos que ambos lados armonicen nuestros actos. Si a esto le ponemos un poco de ritmo con los latidos del corazón, sería una trinidad perfecta en busca de encontrar la paz interior, lo que debemos transmitir a nuestro exterior en busca de una mejor convivencia humana, porque todos estamos en este gran barco que más temprano que tarde nos fundirá con la gran mente que es a fin de cuentas quien nos trajo a este precioso mundo.

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Nadie puede obligarte a hacer lo que no quieres

Me encanta el pensamiento de Lao Tse, el que escribió el Tao Te Ching: “El que conoce a los demás es un sabio; el que se conoce a sí mismo es un iluminado”. Es fácil criticar a los demás, pero jamás nos atrevemos a criticarnos a nosotros mismos. Siempre tememos a ese fantástico y sentencioso viaje a nuestro interior, pero es ahí donde está el secreto de la verdad. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro