Los socialistas, comunistas y ciertos defensores de los derechos humanos claman en defensa de los delincuentes, ya que los ven como pobres seres caídos en desgracia, infelices obligados a delinquir por las miserables circunstancias que rodean sus vidas.

Se cuentan por montones los derechos que benefician a los delincuentes: ellos tienen derecho de que no se muestre su rostro en las pantallas de televisión, cuando son capturados; la Policía no puede dar sus nombres completos, sino solo el nombre y las iniciales de los apellidos; y también tienen derecho a dar la espalda y esconder sus fieros semblantes de las curiosas miradas de una sociedad que busca identificarlos.

Los que cometen delitos flagrantes pueden beneficiarse de las puertas giratorias de las salas de justicia, en las que entran y salen por las mismas. Tienen derecho a cohechar fiscales y jueces para minimizar o negar sus actos delictivos; tienen derecho a contratar abogados vivarachos para dilatar, hasta el cansancio, los procesos en su contra. Pueden gozar de las medidas sustitutivas, cuando así lo requieran.

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Si caen presos, tienen derecho a recibir tres comidas diarias, dormir en literas, recibir visitas conyugales, usar celular, poseer un arma para defensa personal y derecho a ingresar libremente bebidas espirituosas y drogas.

Si roban un auto o una moto y lo chocan, tienen derecho a no pagar los costos de reparación. Si destruyen con tacos de dinamita las puertas, ventanales y paredes de las construcciones contra las que atentan, tienen derecho a no pagar por los daños causados. Tienen el derecho de no devolver los dineros mal habidos, ni pagar las multas ni las glosas que señalen las autoridades. Tienen derecho a borrar su historial delictivo, cuando lo necesiten.

Los ‘vacunadores’ tienen derecho al anonimato y a recibir dinero semanal de parte de quienes laboran honradamente. Los delincuentes se beneficiarán también de la rebaja de penas, amnistías, indultos y mil beneficios más.

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No se conoce ningún caso de delincuentes que devuelvan lo robado, pidan perdón o se arrepientan de su torcido comportamiento. Y al final, el derecho de las víctimas y los ciudadanos de bien, ¿qué? (O)

Gustavo Vela Ycaza, Quito