Cuando los materialistas miraron asombrados el cielo con el sol, la luna, las estrellas, la tierra con toda su extraordinaria creación, cuando observaron los planetas con el telescopio y descubrieron los átomos, las células y los microbios con el microscopio, no se dieron cuenta de que ya todo estaba hecho; incluso la inteligencia natural ya fue creada por Dios como patrimonio único del ser humano.
Siempre me impresionó la reflexión del norteamericano William Jennings Bryan cuando describe a la sandía con toda su sabiduría y capacidad de observación, cómo a partir de una semilla nace un enorme fruto verde por fuera, y blanco y rojo por dentro, con centenares de nuevas semillas, toda una obra de arte con capacidad de proyectarse hasta la eternidad porque cada una de las semillas dará nuevos frutos: “Realmente no entiendo cómo la humanidad puede padecer de hambre, si ahí están las semillas y ahí está la tierra para dar tan delicioso fruto”.
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Cómo un espermatozoide al unirse con un óvulo puede dar origen a todos los seres humanos que poblamos este bello mundo llamado Tierra, cuando debería llamarse Agua porque las 2/3 partes las constituye esta, mientras que en muchas partes la gente se muere de sed.
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Cómo el agua cobra vida al transformarse de líquido a gaseoso y a sólido por gracia del sol, y cómo religiosamente se eleva a la atmósfera y después suavemente o en tormenta irriga los campos, hace florecer las flores para luego transformada en río transportarse dulcemente a su refugio final, el mar de sus amores.
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Y nosotros también, como el agua, tendremos nuestro misterioso final de volver a nuestros orígenes con ese Dios que se manifiesta en la energía y el silencio, este último el mayor de los misterios. Recuerda que el silencio no es ausencia y si la sandía es eterna nosotros también deberíamos ser eternos. (O)
Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro