Estamos acostumbrados a llevar nuestras vidas en modo automático como si estuviéramos programados para hacer las mismas actividades todos los días. Como si nuestro cerebro tuviera un chip que maneja todas sus funciones a control remoto desde el momento en que nos despertamos por la mañana a tomar nuestra primera taza de café hasta el último vaso de agua que tomamos antes de acostarnos a dormir, sin plena conciencia cuando la rutina toma el control y nosotros simplemente obedecemos. Estamos cayendo en la famosa zona de confort sin siquiera tomar consideración de los efectos negativos del elevado consumo de alimentos ultraprocesados para nuestro organismo.

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La comida chatarra se ha convertido en una parte habitual de la dieta global. Su facilidad de acceso de bajo costo, alto contenido calórico, azúcares y aditivos hacen que millones de personas la consuman a diario. Muchos hemos normalizado comer una pizza, hamburguesa, papas fritas o los llamados combos que ofrecen estas cadenas de comida rápida todas las semanas sin tomar en cuenta el daño que esto causa en nuestro organismo. Sin embargo, más allá de las conocidas consecuencias físicas como la obesidad, diabetes o los problemas cardiovasculares que conllevan el consumo de estos alimentos, estamos expuestos a un impacto menos visible, pero igual de preocupante, que es el efecto en la conciencia humana.

Está científicamente comprobado en un nuevo artículo, publicado en el último número de Brain, Behavior, and Immunity, de la Universidad de Cambridge, que la comida chatarra puede alterar significativamente el equilibrio químico del cerebro relacionándola directamente con la pérdida de memoria y una severa afectación en las neuronas cerebrales.

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El talento que incomoda

Una dieta alta en azúcares refinados y grasas saturadas afecta la producción de neurotransmisores, como la dopamina y serotonina, que están directamente relacionados con el placer, el bienestar y la motivación. Los picos de insulina que se liberan al consumir estos alimentos son extremadamente elevados que inhiben el deseo del organismo de tomar conciencia real de consumirlos. Esto genera una dependencia similar a la de tomar alcohol o consumir drogas con el deseo de consumir más para sentir el mismo efecto sin importar sus consecuencias y su ausencia puede causar irritabilidad, ansiedad o incluso depresión.

De la misma manera que necesitas alimentar el cuerpo, también necesitas alimentar el cerebro con nutrientes esenciales, como omega 3, vitaminas, hierro o magnesio, para el adecuado funcionamiento de sus funciones cognitivas, como la memoria, la concentración y la capacidad de análisis. Al ingerir comida rápida se acelera el deterioro cognitivo y sensorial, lo que disminuye la capacidad de reflexión profunda, autocuestionamiento y toma de decisiones conscientes, generando una mente más dispersa pasiva y reactiva.

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Dicho esto, elegir conscientemente lo que vamos a consumir no es solo un acto de salud, sino también un acto de humildad, disciplina y conexión con nuestra conciencia de elegir bien. (O)

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Julián Barragán Rovira, magíster en Management Estratégico, Guayaquil