“En el Ecuador botábamos presidentes” solían decir los adultos cuando yo era niño.

El gobierno de Daniel Noboa ha hecho de las sorpresas un sello personal. La embajada mexicana fue allanada en medio de la noche; la reducción de ministerios y el despido de empleados públicos fueron repentinos y directos. Ahora, el más reciente baldazo de agua fría del Gobierno es la eliminación del subsidio al diésel.

¿Pero por qué el gobierno del presidente Noboa parece tener la necesidad de sorprendernos a los ecuatorianos de esa manera? ¿A qué se deben estos giros telenovelescos del Estado?

Publicidad

Reforma al Código de la Democracia

No hace falta un diplomado en ciencias políticas para advertir que los rotundos fracasos sociales de los dos gobiernos anteriores han dejado una fuerte impronta en el presidente Noboa y su gabinete. Como se decía antes, en este país se botaban presidentes ante cualquier infracción social que el pueblo ecuatoriano considerara imperdonable.

Pero desde el cinematográfico escape de Lucio Gutiérrez (cuando yo era apenas un bebé) nunca más ningún gobierno ha llegado a caer frente a manifestaciones sociales. El populismo empedernido y meloso de Rafael Correa nos dejó embelesados con una política personalista, en la que los rostros de la política se volvieron más importantes que las políticas en sí. Y es precisamente esa política personalista la que el presidente Noboa explota en beneficio de su gobierno.

Es ahora cuando yo me pregunto: ¿por qué se lo permite?, ¿por qué se toleró la violación flagrante del derecho internacional que nos dejó sin relaciones diplomáticas con México?, ¿por qué miramos con descarada indiferencia la eliminación de los ministerios de Cultura y Patrimonio, y del Ambiente?, y ahora, ¿por qué permitimos que el Gobierno politice y elimine el subsidio al diésel sin ningún tipo de alerta o preparación?

Publicidad

Faltan unidades de buses pequeños en Quito

Pues la verdad es que no se lo ha permitido. Ha habido protestas, ha habido manifestaciones, tanto contra la política nacional como contra la política exterior del Gobierno. Siento que es necesario reconocer el legado de protesta social y resistencia ciudadana de nuestro país. Es en nuestra novela más emblemática, Huasipungo, de Jorge Icaza, donde se relata la hazaña de la causa indigenista en defensa de los derechos agrarios y de propiedad. Por mucho que quieran insistir ciertos medios y sectores de la sociedad, en este país la gente sí tiene voz y nos conviene que el presidente lo recuerde. (O)

Lorenzo Rosania Naranjo, Quito