Resulta notorio el avance de la delincuencia en el Ecuador, conllevando consigo un retroceso en la tranquilidad con la que se desempeñan las actividades diarias a nivel educativo (y en todo ámbito en sí mismo).
Sin ánimo de politizar, pero quizás sí con ánimo de polemizar, pues prácticamente los estudiantes (así como la sociedad civil en general) nos enfrentamos a desafíos no convencionales, productos de una contracultura en la cual predomina la violencia, la indiferencia y el culto a la muerte.
Estamos en una situación donde existe la preocupación diaria de la supervivencia y en algunos casos de la “supravivencia” (arcaísmo, que implica continuar después de una situación adversa), y, ante esto, resulta preocupante la complicidad silenciosa existente entre la clase política (a quienes se designa para velar por la ciudadanía) y la prensa en general.
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Por un lado, una tendencia completamente ciega ante la realidad del país, y del otro, aquellos que se vanaglorian de los errores y horrores de la otra tendencia, en lo que se refiere a administración (ignorando de la manera más ingenua que vivimos en el mismo país, y que es un país por demás muy pequeño). Pues prácticamente ya no existe el criterio del bien común, sino el del “ojalá te vaya mal”.
Y, si bien es cierto que los errores y ausencias tanto de la tendencia otrora dominante como de la actual son notorios, pues, ¿qué sucede ahora? La respuesta a esto está en que existe ya data, de abandono y ausentismo escolar por el tema de las amenazas, atentados, extorsiones y otras “psicopatías” (ya que este es el trastorno que mejor abarca lo que está sucediendo). ¿Y la educación qué? No solo tenemos que presenciar a la generación quizás menos informada (en cultura general) y de paso mayoritariamente con poca retentiva o memoria, sino que sumados a todos los estragos económicos de la pandemia y pospandemia nos encontramos ahora en el Ecuador con una educación sometida ante el avance del terrorismo, y de frente a esta se encuentra la errónea percepción de las autoridades, que viven en un constante “aquí no pasa nada”, y, por otro lado, está el grupo rival, que se limita solo a decir “que fueron mejores”, “que el pueblo se lo merece, porque por eso votaron”, etc. Me pregunto yo: ¿en qué país estamos?, ¿qué es esto?, ¿qué clase de empatía es esta?, ¿podría considerarse a ambas facciones como una especie de secta que idealiza a seres por demás humanos?, ¿se endiosa al hombre sin importar que la sociedad decaiga? (al menos los césares, faraones y demás humanos endiosados eran algunos guerreros y batallaban por lo que querían).
Si bien es cierto que uno no puede estar de acuerdo con las autoridades de turno, eso es normal en toda democracia, pero ¿qué pueden esperar los niños y jóvenes de la patria en la realidad actual si hay una polarización total?
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Como sociedad ecuatoriana solo nos queda preguntarnos: ¿qué nos espera? (O)
Eduardo de la Torre, químico farmacéutico, Guayaquil