Desde hace algún tiempo me encuentro meditando acerca de un trastorno que muy pocos conocemos acerca del trastorno de la personalidad narcisista (TPN), este trastorno que pasa desapercibido de ser un insultante misterio de lo desconocido a un escalofriante terreno de la cotidianidad. Esta publicación va dirigida a quienes hayan vivido una experiencia al lado de un narcisista que haya perdido su identidad mancillando su conciencia y opacando su autenticidad.

Hombres que envejecen en silencio

El entorno que vivimos nos enseña que nuestro grupo social es bueno o no lo es, es todo un abanico de aspectos sociales. Vivimos en una era en donde la imagen muchas veces vale más que nuestros principios o valores que nos fueron inculcados y grabados desde muy pequeños, como si tuviéramos un chip en nuestro subconsciente que nos permite discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Es en ese preciso momento que el trastorno narcisista se apodera de nuestro ser, creando un impacto social profundo y duradero.

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La sociedad nos enseña a crear estereotipos con carácter inmutable acerca de cómo debemos comportarnos en ciertas circunstancias, lugares o con determinadas personas. Es por esta razón que el narcisista busca validación constante, manipula emocionalmente a sus “víctimas” para mantener el control y rara vez asume responsabilidad por sus acciones. Este trastorno se caracteriza por un patrón generalizado de grandiosidad, deseo de admiración y falta de empatía hacia los demás.

¿Y qué podemos hacer?

Tal es el caso que la mayoría de las personas con esta patología suelen exagerar sus logros, a menudo envidian a otros o creen que son envidiados. Se creen especiales, superiores y únicos siendo insensibles a los sentimientos de los demás, esperando constante validación mediante un trato especial con el propósito de obtener lo que buscan con temor a ser rechazados.

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No es sencillo reconocer si una persona padece de este trastorno, en ocasiones ni la misma persona sabe que lo padece. Generalmente se suele camuflar en situaciones que nos resultan normales en el diario vivir. La sociedad termina normalizando estos comportamientos, lo que puede destruir lentamente a quienes los rodean, llegando hasta la médula espinal de sus emociones, experimentando disonancia cognitiva que va carcomiendo el sentido común de las personas, causándoles malestar psicológico y contradicción en su manera de actuar y pensar de las víctimas.

Infancia digital, pensar y crear

Estas personas confunden carisma con liderazgo y autoestima con arrogancia. En esos escenarios se perpetúan dinámicas en las que la empatía, la colaboración y la responsabilidad quedan relegadas. Las personas con este trastorno pueden experimentar sentimientos de vacío, soledad, depresión y ansiedad, y pueden tener dificultades para mantener relaciones saludables y satisfactorias. Este tipo de personas no logran aceptar que tienen una patología por su mismo ego inflado que les permita buscar un tratamiento para mejorar su salud mental.

Quiero recomendar a los lectores que estén alertas si conocen sobre algún familiar o amigo que tenga estos rasgos de trastorno de la personalidad narcisista. Hablar de narcisismo no es juzgar ni crear barreras con nadie, es sanar. Es abrir los ojos a lo que no se dice, pero se siente. Es empezar a poner límites, a no permitir que los demás nos hagan daño, es aprender a cuidar nuestra integridad física y salud mental. Merecemos vivir en una sociedad donde el amor no duela y la verdad no se disfrace, donde seamos tratados con el respeto que merecemos y donde el ser humano valga más que parecer perfectos. (O)

Julian Barragán Rovira, magíster en Management Estratégico, Guayaquil