En nuestra sociedad actual nadie tiene culpa de nada y nada se asume desde una posición de responsabilidad, y, por eso, nada mejora. Antes, la responsabilidad era una virtud, algo irrenunciable. Las personas entendían que salir adelante era su responsabilidad; que su bienestar y el de su familia eran su responsabilidad; que todo lo que uno haga o deje de hacer tiene sus consecuencias, y que nada pasaba por pasar, sino que era un reflejo de las decisiones que cada uno tomaba.
Hoy, en cambio, vivimos en una falacia: la responsabilidad ya no es virtud, es opresión emocional, y el que se atreva a decirle a otro que se haga cargo de su vida es el villano. Sin responsabilidad no existe verdadera libertad, y por eso debemos recuperar la cultura de la responsabilidad personal.
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En una sociedad donde todos tienen ansiedad y “depresión”, hemos hecho del fracaso una bandera moral y del victimismo una nueva forma de identidad. Ahora todos somos oprimidos por algo y estamos rodeados de factores incontrolables que determinan los resultados de nuestra vida, en lo educativo, social, profesional, etc. Nunca es nuestra culpa, porque siempre hubo algo o alguien ajeno a nosotros que hizo que pasara lo que pasó, y estamos a la espera de que esas mismas fuerzas vengan a nuestro rescate, cuando, en realidad, nadie va a venir a salvar a alguien que no se hace cargo de sí mismo.
Ya no nos preguntamos “¿qué hice mal” o “¿qué puedo hacer diferente la próxima?”. No, el ciudadano moderno exige empatía como si fuera justicia, está convencido de que el universo le debe algo solo por existir y cree que solo tiene derechos, porque sus obligaciones las desconoce o, peor aún, decide ignorarlas.
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¿No me creen? Miren a su alrededor y verán los miles de ejemplos que nos rodean: los trofeos de participación, porque no importa el resultado, el premio viene seguro; escuelas que eliminan los sistemas de calificaciones porque afectan el autoestima del estudiante; padres que discuten con profesores para que sus hijos no pierdan el año a pesar de no aprobar las materias; empleados que se sienten oprimidos por tener que cumplir un horario de trabajo; adultos que siguen culpando a sus padres por sus problemas; y mi favorito: usar el estrés, la ansiedad y el “burnout” como un comodín mágico para justificar toda irresponsabilidad o falta de disciplina.
Es hora de que cambiemos nuestra manera de pensar y entendamos, como decía, que la verdadera libertad solo puede venir de la responsabilidad personal. Es que hacerse responsable de nuestras vidas no es castigarnos, es afirmarnos. Si no analizamos qué podemos hacer nosotros mismos para mejorar nuestra realidad, nunca vamos a salir de donde estamos. (O)
Leonel González Vallejo, abogado penalista, Quito