En nuestro propio cuerpo, millones de microorganismos distintos coexisten dentro del intestino para mantenernos saludables. Esa diversidad invisible permite que el sistema se adapte, se repare y funcione mejor.

Por el bien común

Algo similar ocurre en las organizaciones. Los equipos que integran distintas experiencias, edades y formas de pensar son más creativos, más resilientes y capaces de sostener el bienestar colectivo. En cambio, los entornos homogéneos tienden a volverse frágiles frente al cambio. La clave está en comprender que la diversidad no es una cuestión simbólica, sino un activo estratégico: una fuente de equilibrio y fortaleza interna.

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Gestionarla, sin embargo, requiere conciencia y cuidado. No basta con reunir personas diferentes; hay que cultivar espacios de inclusión, formación y diálogo. Invertir en la microbiota empresarial a través de capacitación, mentorías y políticas que promuevan la pertenencia es como alimentar ese ecosistema interno del que depende nuestra salud.

Mientras más sabio, más humilde

Los resultados llegan en forma de mayor innovación, mejor clima laboral y organizaciones capaces de adaptarse sin perder su esencia. Creo que, si observamos más de cerca cómo funciona nuestro propio cuerpo, encontraremos respuestas útiles para la vida empresarial: sistemas diversos, colaborativos y autorregulados que prosperan gracias a la cooperación. (O)

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Paula Pettinelli Gallardo, Guayaquil