Cada vez que un servidor público decide aprovecharse de su cargo, algo profundo se rompe en la sociedad ecuatoriana. No es solo el acto ilegal, es una traición al país.

Cada acto desleal va dejando cicatrices que no se borran fácilmente, ya que cada acción de corrupción tiene un rostro humano detrás.

Cada dólar extraído del Estado bajo estas maniobras es un dólar arrebatado que puede ser empleado en mejorar nuestro sistema de salud y educación u oportunidades que cada día son más escasas para los sectores más vulnerables de nuestra nación que avanzan como pueden sin privilegios, solo con esfuerzo y esperanza. La corrupción es un daño real que se traduce en vida truncadas, servicios deficientes y el desarrollo del país que avanza a medias para unos y enriquecen sin pudor a unos pocos.

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Nosotros los ciudadanos tenemos el deber inexcusable de levantar la voz hasta por los que ya partieron de este mundo terrenal y exigir resultados de la mano de un cambio que sea notorio, por lo que escribo con un profundo cansancio, sí, pero también con la convicción y fe intacta: la corrupción no puede ni debe ser la sombra que cubra nuestros derechos. (O)

Manuel José Bravo Moreira, abogado, Daule