Espeluzna el cuerpo y la mente observar cómo la criminalidad se ha tomado la ciudad de Guayaquil en forma galopante, cada día más cruel y sanguinaria, sin que encuentre una respuesta contundente y efectiva por parte de las autoridades competentes.

Señor presidente Noboa, es hora de actuar drásticamente y sin contemplaciones, sin la tibieza de las puertas giratorias otorgadas por jueces corruptos, de acabar con ese modus operandi de dejar en libertad a criminales capturados con evidencias, de ocultar sus rostros y nombres, mientras los agentes de la Policía que arriesgan sus vidas capturándolos muestran sus rostros y nombres, es un mundo al revés.

Inseguridad, un detonante que afecta al desarrollo económico

Cómo es posible que en nuestra ciudad nadie esté seguro contra secuestros y extorsiones que tienen paralizado al comercio en general y a los ciudadanos. Presidente, usted está preocupado por cerrar las llaves de ingresos económicos a los narcos de cuello blanco, pero mientras tanto, los sicarios, extorsionadores, secuestradores ordinarios, que han aprendido todas estas mañas de países extranjeros, se le ríen en la cara y se pasean impunemente por la ciudad abandonada a su suerte.

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Es hora de practicar el ojo por ojo, diente por diente con aquellos que no tienen reparos en asesinar a jóvenes, adultos, niños sin contemplación alguna y destrozar el futuro de familias honradas dedicadas a ganarse el sustento de una manera legal. ¿Hasta cuándo vamos a estar soportando masacres horribles que hacen temblar nuestros corazones y tienen a la ciudadanía sumida en el caos, con miedo de salir de casa incluso para ir a comprar a una tienda?

¿Por qué la indiferencia?

No puede ser posible que desadaptados sociales pidan dinero para que podamos transitar por las calles, es una locura. ¡¿En qué país estamos?! La ciudad en la noche ha perdido su dinamismo, refleja una ciudad fantasma. ¿En qué momento llegamos a estos niveles? Por Dios, presidente, vuelva los ojos hacia todas estas familias que han perdido a sus seres queridos de forma horripilante y hacia aquellos que son obligados a cooperar con el hampa por el miedo de perder su vida y sus haberes trabajados con el sudor de su frente. Termine con esta terrible situación de una vez por todas. O son ellos o somos nosotros. ¡¿Hasta cuándo, padre Almeida?! (O)

Nelly Lozada García, Guayaquil