La pandemia de COVID–19 ha sido contaminada por intereses económicos y políticos. En la disputa en el dominio China–Estados Unidos aún se siguen buscando culpables para eludir responsabilidades en su control.

En Occidente, solo se buscó mitigar o contener el virus en espera de una vacuna o tratamiento específico; se eligió nueva técnica más efectiva, se inocula una replicadora de la espícula, la proteína spike del virus, la toxina que ataca a los susceptibles. China, buscó su erradicación y lo hizo en tres meses con vigilancia epidemiológica estricta, detección activa de casos, cerco o confinamientos focalizado, cierre de fronteras y posterior inmunización a la población, inoculando virus completos desactivados, método tradicional más natural. La experiencia de Israel, pionero en vacunación, es aleccionadora; aflojó las medidas y a seis meses de vacunación presenta ola de contagios, el 60 % vacunados, contrario a Nueva Zelanda, China, Singapur..., con tolerancia cero al virus y menor contagio.

Las universidades, facultades de Medicina están mudas de palabras y acciones. Es hora de que se pronuncien por una erradicación total del virus; Guayaquil lo intentó con una administración cuerda.

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Las vacunas, permeables a nuevas cepas, convierten a los vacunados en generadores de cepas resistentes más contagiosas y letales, y se habla de nuevas dosis impredecibles semestrales o anuales.

Ante las limitaciones para una vigilancia genómica global de nuevas cepas del COVID-19, bajo las experiencias acumuladas, mundialmente debemos aplicar acciones de prevención disponibles: vigilancia epidemiológica con detección activa de casos, cerco y confinamiento focalizado, tratamiento temprano e intensivo a todos los casos, para una vacunación segura y efectiva. (O)

Jorge Benigno Falcones Alcívar, doctor en Medicina, Guayaquil