La lucha del correísmo por lograr que se acepte la candidatura de su líder, que llegó a escenificarse como un sainete propio del bucaramismo, debería ser tomada en cuenta por el resto de organizaciones políticas. Por más énfasis, seguridad y triunfalismo que ponga el expresidente en sus declaraciones públicas –repetidas textualmente por sus seguidores–, lo cierto es que esa insistencia solo demuestra desesperación. Es el reconocimiento implícito de los efectos negativos que se derivan de hipotecar todo su proyecto político a una sola persona. Es cierto que ya se dieron cuenta de esa realidad cuando se terminaban los diez años de sus gobiernos, y por ello introdujeron subrepticiamente las enmiendas constitucionales para que pudiera reelegirse indefinidamente. En aquella ocasión entendieron que sin él se minimizaban sus opciones. En la coyuntura actual saben que el desastre puede ser total.
Frente a esa realidad, llama la atención que cada uno de los demás candidatos se empeñe, consciente o inconscientemente, en presentarse como el más claro contradictor de Correa. Con ello solo lograrán que la campaña gire exclusivamente en torno al eje correísmo-anticorreísmo y que el fantasma de quien no será candidato ni siquiera a asambleísta por la circunscripción de Europa sobrevuele durante todo el proceso. La ceguera de los otros, los que dicen que quieren erradicarlo de la política, lo colocará en el lugar central y lo convertirá en el gran elector. La experiencia argentina, con unos políticos que tenían como única función reaccionar frente a las consignas que enviaba Perón desde Madrid, debería servir de lección en estos lados.
Un efecto de esa posición, además del robustecimiento del correísmo, es el abandono del centro del espectro político. En efecto, al colocar a los dieciséis precandidatos en una escala de izquierda a derecha (de acuerdo con su posición respecto del mercado y del Estado) o en una de liberal a conservador (de acuerdo con valores y derechos), se encuentra una acumulación en los polos. Hasta el momento, la excepción es César Montúfar, y parece que seguirá siendo si es que continúa en la campaña, porque no encuentra respuesta a sus llamados a unirse en ese espacio político. Desde la izquierda es poco probable un acercamiento ya que la pugna por la votación dura e ideológica de ese sector podría provocar la radicalización de Yaku Pérez y de Gustavo Larrea, que han iniciado esta precampaña con posiciones relativamente moderadas. En la derecha, aunque la alianza CREO-PSC tiene serias posibilidades de erigirse como la fuerza predominante, es muy probable que tienda también a radicalizarse para neutralizar las posiciones ultras de Fabricio Correa y las de populismo paternalista de Isidro Romero.
Un centro vacío es lo menos conveniente para la situación que enfrentará el próximo Gobierno. La reconstrucción de la economía y del sistema político requerirá de un esfuerzo enorme, que no puede hacerlo aisladamente una de las tendencias, menos aún si están cargadas del radicalismo que se ve en estas primeras escaramuzas. Sin caer en la utopía de un gran acuerdo nacional, el próximo gobernante necesitará no solo votos seguros y estables en la Asamblea, sino sobre todo la confianza de la ciudadanía. Lo logrará si esta no ha sido sometida a la verborrea radical de estos días. (O)