Corría el año 1988 cuando una nueva generación de estudiantes de Derecho llegábamos al preuniversitario de la querida Universidad Católica de Guayaquil; el primer día del resto de nuestras vidas.

Y para que tengamos claro en el lío en el que nos estábamos metiendo, de entrada, el querido y recordado doctor Carlos Estarellas Merino nos recibía como titular de la cátedra Historia del Pensamiento Romano. Este personaje siempre sonreído, que echado hacia atrás en su asiento nos miraba como diciéndonos: “…Aaah, quieren ser abogados, jajajaja…”, con un dominio absoluto de su cátedra –tan vital para un abogado civilista–, nos introdujo en la historia de Roma: Rómulo y Remo, las guerras púnicas, Catón el Censor y su gato en el Parlamento romano, Cartago, Aníbal, Publio Cornelio Escipión, los elefantes, las escuadras romanas, Filipo Quinto, etcétera.

Me resulta imposible caminar en Roma o ver una película del poderoso imperio sin recordar las memorables sesiones con el doctor Estarellas, ni el rollercoaster emocional del primer examen oral de mi vida.

De entre las muchas historias relevantes de tan recordada cátedra, que además es parte de la historia de nuestra civilización, hoy quiero rescatar esta, que tiene como protagonista al emperador Julio César, situada alrededor del año 49 antes de Cristo. Para esa época, que tropas militares crucen de entrada o salida el río Rubicón significaba para Roma una sola cosa: guerra, pues el Rubicón marcaba la frontera de la ciudad.

Y es en ese entorno en que Julio César, al mando de la Legión XIII Gemela, de regreso de una campaña victoriosa en las Galias, arremete contra Pompeyo, ungido con plenos poderes por el Senado, para luego de una guerra civil muy dura derrotarlo y encumbrarse como líder supremo del imperio. La historia cuenta que cuando Julio César decidió atacar Roma, habría pronunciado la frase Alea iacta est, que significa “la suerte está echada”. Traída a tiempo presente, bien podría significar que ya no hay marcha atrás; que la decisión está tomada y que sea el destino el que decida.

He traído a colación esta memoria, a propósito del acuerdo entre el PSC y CREO, anunciado ampliamente el lunes, que ha convulsionado los medios, las redes y la sociedad entera, y que se resume en que el PSC no presentará candidatura presidencial a fin de que Guillermo Lasso sea el único candidato de la tendencia, y que como contrapartida, CREO apoyará la consulta popular que impulsan los principales gremios del país bajo el liderazgo de Jaime Nebot.

Se ha concretado, entonces, lo que actores políticos, periodistas, opinadores, cachiporreros y, en general, la sociedad que no gana elecciones pero que influye mucho en los destinos del país ha venido pidiendo desde hace mucho tiempo: que la tendencia de centroderecha enfrente con un candidato único al correísmo y sus primos hermanos.

Mi opinión al respecto la he expresado en esta columna con anterioridad, y créame, amigo lector, hoy más que nunca quisiera equivocarme, por el futuro del Ecuador.

Ojalá Guillermo Lasso logre aglutinar el voto de quienes queremos un Ecuador de progreso en democracia y libertad. Alea iacta est. (O)