@BeatrizHLeón

A medida que pasan las semanas se disipa la esperanza de ver un nuevo país que surge más solidario y con la casi unánime búsqueda de seguridad universal que incluya salud, renta mínima de supervivencia y jubilación. En nuestro país, ni con fallecidos en sus familias, con cuerpos en las calles, las élites políticas y socioeconómicas se unen o dan tregua.

Hemos errado tanto en esta pandemia que cuando algo positivo surge, se empaña con la frustración y rabia que la crisis fomenta. Desde el inicio fuimos observadores pasivos, sin pensar en qué nos correspondería hacer cuando el virus llegara al país. Debimos pensar y deliberar que en cada comunidad surgiría una respuesta social, sanitaria y económica distinta.

La epidemia que causa el COVID-19 empezó en China, un país con una historia milenaria basada en el confucianismo de valoración a la jerarquía, orientación hacia la comunidad, tradición y respeto a la edad, incluidos en este siglo el cuidado especial a hijos que son literalmente únicos. Los países del este asiático educan desde la infancia a respetar a la autoridad. Quedarse en casa, para los italianos, fue un desafío fallido que mostró ser un punto gravitante para el aumento de muertes en Italia y España. Al pasar por los siguientes países europeos se hizo evidente que incluso los mejores sistemas sanitarios del mundo son incapaces de contener los enfermos graves y la afectación a sus economías. Mientras se acercaba el virus a las Américas, ya vimos líderes mundiales burlarse de médicos y datos científicos que mostraban la gravedad de la pandemia.

Al llegar a Ecuador lo previsible explota multiplicado y lo increíble desborda la imaginación de organismos internacionales, hoy más lentos que nunca. ¿Acaso algún país del primer mundo podría pensar que las funerarias dejarían de operar un viernes sin respeto ni consideración hacia su propia comunidad? Cuando se calcula desde la OMS la letalidad del virus, ¿se piensa que eso será peor para poblaciones malnutridas, plagadas de enfermedades infecciosas como dengue, tuberculosis y malaria que solo aumentan el precario estado de abundantes enfermedades crónicas? Encima, sin atención primaria y con ya histórica insuficiente atención terciaria.

La recomendación para controlar nuevos brotes es hacer pruebas masivas para hallar a quienes tienen el virus y contagian incluso sin tener síntomas. La estrategia que disminuye muertes es detectar temprano a pacientes en centros respiratorios ambulantes y hacer pruebas periódicas a las personas que tienen más riesgo de enfermedad grave. Pero reconozco que nos equivocamos. En Ecuador hacer pruebas masivas tal vez ocurra luego de semanas de llegada la epidemia. Ya tenemos el porcentaje más alto de positivos de la región porque los pocos que acceden a la prueba confirmatoria están enfermos. Tendríamos que poder ofrecer alojamiento y alimentación por 15 o más días a quienes sean positivos asintomáticos para evitar contagiar a sus familiares. Porque sus unidades habitacionales son demasiado precarias para evitar el contagio de adultos mayores, personas con discapacidad, embarazadas y niños.

No podemos pretender contar casos y pruebas como lo hacen los países con más recursos, es momento de escuchar alternativas ecuatorianas a esta catástrofe. Es tiempo de ver qué ofrecen hacer las universidades, sindicatos, cámaras de empresarios, barrios y organizaciones sociales. Está visto que el Gobierno está desbordado y no hay un solo político por fuera de él que proponga algo posible. (O)