No debemos engañarnos. La crisis económica que enfrenta el Ecuador es un abismo fiscal, un agujero negro en las finanzas públicas causado por una década de gasto y saqueo irresponsable. Ante una crisis de esta índole solo hay un remedio: disminuir considerablemente el gasto público a la vez que se elevan los impuestos. Insinuar que existe otra alternativa es pura demagogia. Decir que el hueco fiscal se va a arreglar cortando los salarios vitalicios a los expresidentes, recuperando los valores robados o liberalizando la economía es un discurso irresponsable, no porque estas sean malas ideas en sí, sino porque estas simplemente no pueden resolver el problema inmediato que tenemos entre manos. Son medidas de juguete, que desafían la aritmética financiera más elemental.

Ni la derecha ni la izquierda están ideológicamente predispuestas a afrontar la realidad. Por un lado, como ha quedado ampliamente demostrado por los catastróficos eventos de las últimas semanas, la izquierda simplemente no está dispuesta a admitir una reducción en el gasto público. En su mente, el gasto, y particularmente el gasto social (como lo es el subsidio a los combustibles), son auténticos derechos adquiridos, los cuales deben defenderse incluso empleando la violencia. Por otro lado, el inevitable aumento en la carga tributaria tampoco será bienvenido por la derecha empresarial, la cual invariablemente interpreta este tipo de alzas como inmerecidos castigos al sector productivo del país. Pero el problema es peor aún. No solamente que las medidas necesarias están destinadas a ser impopulares para los ideólogos de todas las estirpes, sino que la inevitable reducción en gastos y aumento de impuestos tendrán como efecto secundario causar un periodo de contracción económica en el Ecuador, con todo el malestar social y político que eso acarrea. Las destructivas protestas indígenas de las últimas semanas son solo una pequeña demostración del caos que peligra desatarse a raíz de estos ajustes inevitables.

La realidad es verdaderamente angustiante. Estamos ante un país social y políticamente dividido, propenso a la violencia, que está a puertas de enfrentar inevitables medidas correctivas que serán impopulares para todas las ideologías y que, a la postre, causarán un periodo de recesión. A todo eso hay que sumarle que afrontamos un serio vacío político y que desde afuera Maduro y Correa, cuales tiburones hambrientos, están precisamente esperando la oportunidad para arrastrarnos una vez más a la dictadura. Peligramos ver ante nosotros una ironía de proporciones históricas: que el correísmo regrese en las alas de una crisis que su propio saqueo y despilfarro causaron. Se vienen tiempos difíciles.

Solo la unidad y solidaridad pueden salvarnos. Los ecuatorianos de toda raza, clase e ideología debemos entrar en conciencia del peligro que enfrentamos y prepararnos para el ajuste. En particular, todos debemos de trabajar para que en los angustiosos tiempos que rápidamente se nos acercan aquellos más pobres y vulnerables sufran lo menos posible. Si hay algún momento para que los ecuatorianos nos solidaricemos con el prójimo, es este. Es momento de repudiar la politiquería barata y eslóganes vacíos. El futuro de nuestra patria está en nuestras manos. (O)