El estudio y la investigación que producen conocimiento y que le dan un asiento a la razón fueron unos de los impulsos que definieron a la Ilustración europea de mediados del siglo XVIII. Entonces se desarrolló la convicción de que el saber humano podía vencer no solo a la ignorancia y las supersticiones, sino también a la tiranía y las desigualdades. Pero aun hoy muchos de los problemas con que los gobiernos –transnacionales, nacionales y locales– hacen padecer a sus sociedades tienen un tufo antiilustrado, esto es, parecerían ser de una época anterior a cuando se pensó que el buen juicio podía fijar un rumbo decoroso para todos los ciudadanos.
Al sufrir la incertidumbre de contar con políticos y gobiernos maduros –lo que se concretaría, por ejemplo, en sostener políticas de Estado, de largo alcance, y no de conveniencias partidistas coyunturales–, se puede colegir que padecemos estos males porque los ideales de la Ilustración, aunque pueda parecer increíble, aún no se completan en toda su profundidad. No en balde, Tzvetan Todorov publicó en 2006 El espíritu de la Ilustración para recordarnos que el bienestar de la humanidad fue el objetivo final del movimiento ilustrado hace más de doscientos cincuenta años. Sin dogmas ni instituciones sagradas, se esperaba el nacimiento de un nueva era.
La Ilustración fijó desde entonces (¿para siempre?) derechos inalienables de los ciudadanos. Según Todorov, toda crítica al orden existente se inspira finalmente en las bases de la Ilustración. Tal vez por esto la filósofa española Marina Garcés ha propuesto la tarea colectiva de avanzar hacia una Nueva ilustración radical, que es como se llama su libro de 2017 y que cuestiona varias posturas anitiilustradas que siguen existiendo entre nosotros: el autoritarismo, el fanatismo, el terrorismo, el catastrofismo… Garcés insiste en que un propósito del ser humano es nunca rendirse en aprender y educarse para vivir con mayor dignidad.
Pensar de nuevo la relación entre saber y emancipación es el desafío de hoy para conseguir un renovado sentido a la idea de que, como comunidad, debemos todos cuidarnos entre nosotros, sostenidos en la convicción de “que pensando podemos hacernos mejores y que solo merece ser pensado aquello que, de una forma u otra, contribuye a ello”. Esto nos da argumentos para decirle a los varios poderes que no les creemos: “Lo que la ilustración radical exige es poder ejercer la libertad de someter cualquier saber y cualquier creencia a examen, venga de donde venga, la formule quien la formule, sin presupuestos ni argumentos de autoridad”.
Según Garcés, sufrimos, de un “analfabetismo ilustrado” porque creemos saberlo todo, pero somos incapaces de resolver gravísimos problemas como la desigualdad y la pobreza. Pero, para conseguir un proyecto que realmente sea de liberación, es preciso que cada uno sea capaz de observar sus argumentos y puntos de vista con el mayor desapasionamiento posible. Para Garcés, “la crítica es autocrítica, el examen autoexamen, la educación autoeducación”; es más, la “crítica es autonomía del pensamiento pero no autosuficiencia de la razón”. ¿Qué hacer para que los líderes sociales comprendan, primero en ellos mismos, la importancia del estudio y la autocrítica? (O)