Los efectos que han dejado varios años de gobiernos populistas en América Latina sostenidos en la bonanza de los buenos precios de materias primas apalancados en el sorprendente desarrollo chino no parecen desaparecer pronto. Los gobiernos que los han sucedido, como el de Macri en Argentina, temerosos de asumir los costos políticos que implicaban los recortes a los subsidios, hoy se enfrentan al espanto de ver retornar a los mismos que han destruido las bases económicas de sus países. Entre el exsecretario privado de Néstor Kirchner y la expresidenta candidatada a vice, a pesar de los procesos por corrupción, muestran un cuadro completo de decadencia política que pone en riesgo la misma democracia.
Para algunos, sostenidos en la idea de que las elecciones lo único que reflejan es el castigo a los gobernantes que han francasado en tiempos más cercanos pero sin mirada de más largo plazo, es una muestra de la necesidad de lograr que los gobiernos que han surgido como alternativa expliquen, hagan y convenzan de las necesarias reformas que requieren ser implementadas. Hacerlas como una medida didáctica que llegue a racionalizar el manejo de la cosa pública, más allá de las exageraciones y mentiras que sostuvieron los gobiernos populistas. Se requieren reformistas de verdad que bajen al pueblo las miradas y acciones que aunque dolorosas al inicio son necesarias para corregir los excesos y dispendios en que han caído los hijos de la abundancia de las materias primas.
Los gobiernos que crean que pueden seguir administrando con los mismos vicios y exageraciones a los que está acostumbrado el poder saben que les podría pasar lo peor: ser de nuevo sustituidos por los mismos que crearon las condiciones para que ellos llegaran al poder. Un testimonio de autencidad, una gran dosis de valentía y un compromiso verdadero de darle a la democracia los insumos que la vuelvan sostenible son cuestiones imperiosas si no queremos volver a modelos autoritarios que surjan sobre el fracaso de la democracia y los autoproclamados demócratas.
Muchos de los que cuestionaron esos gobiernos populistas se unen ahora a su carro electoral para proclamar sin autocrítica alguna que lo afirmado con anterioridad es una cuestión que puede resumirse en la expresión de que “en política todo cabe”. Esta es una mentira que tiene un alto costo en democracias desprovistas de partidos confiables o de ideologías que los sustentan. Si vamos a medir la democracia por la gestión, el fracaso comienza a dominar gran parte de los gobiernos democráticos de América Latina para regodeo de aquellos autoritarios que lo disfrutan.
El espanto que supone el simple hecho de pretender volver luego del desastre en que dejaron sus países es una caradurez sin límites que merece ser castigada duramente en los comicios. Para lo que se autoproclaman como alternativa, una severa llamada de atención sobre lo que prometieron y no hicieron y, por sobre todo sobre la pobre calidad de gestión del capital más importante de cualquier país: la confianza ciudadana.









