Lo más llamativo de la campaña a la Alcaldía de Quito ha sido el eslogan lanzado a través de las radios por el desconocido candidato Patricio Guayaquil: “Si quieres que Quito cambie, vota por Guayaquil”, dice su propaganda. Ingeniosa y a la vez paradójica porque hace jugar su apellido con una percepción largamente generada entre los quiteños: la idea de que el modelo municipal de Guayaquil modernizó la ciudad, tiene una estructura eficiente, funciona bien y generó un sentido identitario fuerte. La imagen positiva de Guayaquil contrasta con una sensación general de los quiteños frente a su municipio: espesamente burocrático, ineficiente, desconectado de las lógicas modernizadoras de la ciudad, extraviado de los referentes culturales de la identidad quiteña, y con sus concejales engrilletados. Y es paradójica porque describe un cambio profundo en la historia de las dos ciudades en los últimos 30 años: hasta la década de los 80 del siglo pasado se tenía al municipio capitalino como referente de eficiencia y calidad frente al desastre de Guayaquil. En tres décadas, la historia dio la vuelta.