Entre papeles arrugados, en el escritorio de una casa vieja, alguien encontró un manuscrito que parece ser el borrador de una novela de John le Carré o de Frederick Forsyth. La trama es apasionante. Como buen relato de espías, comienza en una noche lluviosa. Por una calle oscura, en una ciudad cubierta por la niebla, dos personajes anónimos trasladan a un conocido experto en redes informáticas a un escondite que han adecuado para su estadía. Por medio de pistas dispersas, el lector llega a intuir que la justicia, que anda detrás del enigmático hombre, no lo podrá alcanzar porque el lugar al que finalmente llega tiene inmunidad territorial. El resto del primer capítulo relata minuciosamente el encierro, por largos seis años, en un pequeño cuarto con un baño. Pese a su estrechez, el local cuenta con toda la tecnología necesaria para que el inquilino pueda continuar con sus actividades. Los mensajes que intercambia con políticos de varios países y con la red a la que pertenece anuncian la trama de espionaje.

Los siguientes capítulos se desarrollan a una velocidad vertiginosa y con una complejidad tan grande que el lector está obligado a resolver varios rompecabezas. Es difícil entender el papel que juega cada uno de los personajes que van apareciendo por decenas. Entre idas y vueltas, tres cosas van quedando claras. La primera es que el reducido espacio en que se mueve el experto informático, está bajo la jurisdicción de un insignificante país gobernado por un joven miembro de una secta religiosa. El objetivo de ese gobernante es insertarle a la que él llama su república bananera en el área de influencia de una potencia mundial. La segunda es que esa potencia mundial, a modo de un Vaticano con recursos atómicos, tiene el control absoluto sobre la secta religiosa. El presidente-emperador es infalible y para él trabajan –y ante él rinden cuentas– el informático y el gobernante bananero. La tercera es que esa potencia mantiene un conflicto latente con la otra gran potencia mundial. Las elecciones que se avecinan en esta última son la oportunidad que esperaba el líder de la secta para consolidar su dominio.

A sus ilimitados recursos y a su red de espionaje –que él personalmente manejó por años–, añade el trabajo activo del informático encerrado y la cobertura del país insignificante. El objetivo es destruir a una candidata que considera peligrosa y posibilitar el triunfo de un patán que hizo fortuna. En ese punto, el relato se interrumpe porque se han perdido muchas páginas. En las últimas, el patán está enfrentando un juicio político mientras la justicia de su país ha retenido, por problemas migratorios, a dos peces gordos de la república bananera. Emisarios secretos ofrecen la entrega de esos peces a cambio del informático. Pero la larga estadía en el cuartucho le ha convertido en súbdito de la república bananera. El gobierno de esta –que ha cambiado en el intertanto– siente que tiene una papa caliente en las manos. El final queda a la interpretación del lector. (O)