La celebración del fin de un año nos indica que doce meses es una medida muy significativa para la humanidad. En un año terrestre –o humano, según el punto de vista– ocurre muchísimo (365 días en la vida de un bebé es bastante; ¿lo será en la de un anciano?) y, a la vez, sucede tan poco si se compara nuestra temporalidad con la vasta escala del universo en la que realmente un año no pinta nada. La mente no alcanza a captar y entender la antigüedad del universo, y, por tanto, no deja aceptar la insignificancia de nuestro lugar en la historia del cosmos. Cada persona es todo y nada al mismo tiempo.
Si para publicar una hipotética enciclopedia de la historia del cosmos escribiéramos una página para cada siglo, esta tarea demandaría 138 millones de páginas, lo que tendría casi 900 metros de grosor, pues ya han transcurrido 13.800 millones de años desde el Big Bang. La infografía –la representación gráfica informativa– acaso ayude a desembrollar “lo incomprensible que es la historia galáctica”, como dicen Valentina D’Efilippo y James Ball, autores de La historia infográfica del mundo (Madrid: Desperta Ferro, 2018), un libro que muestra la multitud de cosas interesantes que han sucedido desde el caldo primigenio hasta el mundo moderno.
Las distancias siderales no tienen parangón en la escala humana. Así, un año luz equivale a volar alrededor del mundo (casi 40.000 kilómetros) ochenta veces, pero haciéndolo todos los días durante 8.079 años: ¡este es un año luz! Esta realidad cuantificable explica por qué los avistamientos de ovnis son cualquier cosa menos señal de una presencia de vida extraterrestre. Estamos, pues, obligados a ser humildes en nuestra cotidianidad. El sistema solar –1.050 veces más pequeño que un año luz– es 115.000 veces más pequeño que la Vía Láctea, y la Vía Láctea es 249.000 veces más pequeña que el universo visible.
Es imposible comprender semejantes magnitudes a pesar de que nuestra especie tiene un proceso de desarrollo de 500 millones de años. En la Tierra los humanos nos creemos la especie dominante. Sin embargo, hay 1,7 billones de toneladas de biomasa viva –cantidad total de materia viva presente– en el planeta (dejando a las bacterias fuera del conteo). De esa cantidad, el 99% corresponde a vida vegetal; nosotros estamos dentro del 1% restante. La masa humana pesa 350 millones de toneladas; las vacas, 520 millones de toneladas; los peces, 4.200 millones de toneladas; las hormigas, 2.700 millones de toneladas.
Y las bacterias podrían pesar lo mismo que todos los seres vivos juntos. “Comparados con la propia Tierra, somos una mínima porción de una ínfima parte”, afirman D’Efilippo y Ball en este libro revelador. La vida misma, que creemos haber catalogado exhaustivamente, nos es ignota por todo lo que desconocemos: el 98% de las especies que han pisado, nacido o volado en nuestro planeta, antes de que aparecieran los humanos, ya no está aquí. Tan poco somos que si mañana los humanos nos extinguiéramos, solo 1 de cada 7 millones de nosotros dejaría un resto que podría dar testimonio de nuestra existencia.
(O)