Me parece normal que las personas, unas más que otras, vivamos momentos de nostalgia, esa tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida, según el Diccionario de la Lengua Española, o un sentimiento de anhelo por una situación o acontecimiento pasado, como la presenta Google.
En la memoria se acumulan conocimientos y sentimientos que pueden ser traídos al presente… mientras el sistema funciona bien, me atrevo a afirmar, con temor a equivocarme, conceptual o técnicamente.
El identificar recuerdos puede generarnos estados de ánimo variados, según el entorno, las circunstancias, acontecimientos y personas identificadas al recrearlos.
En estos últimos días que acabamos de pasar como feriados, con puente vacacional incluido, se destaca el dos de noviembre, en el que se promueve un afectuoso recuerdo de familiares y amigos, generando un fuerte proceso nostálgico.
Este me parece más acentuado en octogenarios, como yo, solamente por simples matemáticas; pero, claro, admite excepciones.
Es casi imposible no pensar y extrañar personas mayores como madres y padres, suegras y suegros, abuelas y abuelos, tías y tíos, madrinas y padrinos, maestras y maestros, y no se diga contemporáneos como hermanas y hermanos, primas y primos o con más lacerantes sentimientos hijas e hijos, nietas y nietos.
¿Cuántos suman? ¿Hay tiempo suficiente para dedicar nuestros pensamientos y sentimientos a cada una de esas personas que compartieron momentos especiales de nuestras vidas y por eso siguen presentes en nuestra memoria, a veces de manera frecuente, al revivir historias compartidas o no, anhelos, logros, frustraciones y fracasos?
Día de difuntos… tiempo de oración y de nostalgia.
Pero ¿nos enseñan y enseñamos a vivir o convivir con ella? ¿Aprendemos y aprenden, asimilamos y asimilan, vivimos y viven ese tipo de lecciones humanas?
Me parece que deberían ser consideradas y estimadas como prioritarias lecciones que pueden ser explicadas y enseñadas por profesionales universitarios, así como por directores espirituales y las personas mayores sabias que suelen existir en cada familia.
La nostalgia existe. ¿Acaso habrá quien no la haya sentido?
Si no es debidamente tratada y canalizada, ella puede convertirse en factor de riesgo, en un padecimiento; pero también puede ser fuente de estímulo espiritual para emular lo positivo de los recuerdos que acuden a nuestra memoria, para trasmitirlos a otras personas, ponderando su valor y trascendencia.
Nuestros mayores y menores, cuya existencia terrenal se agotó, no han perdido su dimensión espiritual y sus valores positivos, esos que nos producen nostalgia, de allí que deben ser expuestos y subrayados a las actuales y futuras generaciones como estímulos para actuar en beneficio de los demás.
Si he logrado despertar su interés por el tema, si llega a sus puertas la nostalgia por sus seres queridos y admirados, sugiero prolongue su existencia, explicando y resaltando la contribución de ellos al bien de los suyos y el de los demás.
¿Podremos así convertir nuestra nostalgia en estímulo para encauzar el bien obrar de otras personas?
¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)