La corrupción es la acción y efecto de corromper o corromperse, dice el Diccionario de la Lengua Española. La corrupción política, en cambio, implica viejas prácticas convertidas en hábitos que se contraponen a la moral y al bien común. La población “pobreteada” y humillada exige equilibrios sociales. Los partidos políticos que manejan ideologías dogmáticas y que furtivamente alcanzan el poder, se ven impotentes de dar respuesta o encontrar la fórmula que solucione esos esenciales requerimientos de sobrevivencia.

Nunca ha existido, aunque sea por periodo corto, una sociedad en la que todos estén contentos, por lo tanto nadie puede ufanarse de poseer las teorías analgésicas que puedan anular las brechas sociales y convertir al planeta en mítico paraíso terrenal. De ahí que quien ofrece en épocas de campaña electoral solucionar todos los problemas o “apoyar lo bueno y cuestionar lo malo” (¿?) es un refrendado corrupto que corrompe al electorado con un “as” bajo la manga: ejercer el poder en beneficio personal y particular. Otro término que se manosea con frecuencia es el de la justicia. Su aplicación falseada es el germen de abusos, muertes…, que terminan aniquilando el concepto platónico de democracia. Como consecuencia de su ineficacia, las boinas y los sables subieron al poder para ejercer el “draconianismo” por sobre los pareceres públicos. Esa fue otra fuente de corrupción que polarizó en extremos diametrales y repelentes a los pobres y los ricos. Y entonces el círculo se cierra y entra de nuevo la reconquista democrática para “salvar al pueblo” a base de patrañas, sin presentar en forma honesta la manera de operativizar las soluciones. ¿Cómo un partido político que no practica la democracia interna y que impone candidatos puede sostener la democracia de una nación? Entonces entra en juego otro concepto: la ilegitimidad (de los partidos) y desde ahí se germina otra aleta de corrupción que termina aniquilando a quienes se autoconsideran abanderados de la democracia. La población votante en medio de esta majada de corrupción reniega de todo candidato, así algunos (en excepción) tengan aureola de pulcritud. La política se ha desacreditado tanto que solo la articulación balbuceante del vocablo, para muchos es causa de repugnancia y fobia. ¿Qué hacer frente a la corrupción política? La corrupción y la corruptela tienen su germen en la ausencia total y parcial de la ética y la moral, es fundamental llegar a niveles de conciencia a través de una educación y formación sostenida, donde podamos revitalizar los valores morales, cívicos y espirituales, como imperativo para cambiar hábitos conductuales que nos permitan imponer en la sociedad una remozada cultura de honestidad y transparencia.(O)

Eugenio Morocho Quinteros, arquitecto; Azogues, Cañar