Antes de conmovernos hasta las lágrimas, el italiano Marco Catarci debatió recientemente un torrente de ideas sobre el acercamiento intercultural en la educación. Con él revisitamos las razones por las cuales desconocemos qué hacer con la llegada masiva de nuestros hermanos venezolanos y más paulatina de otras nacionalidades, así como lo que podemos hacer al respecto.
Por una parte, Catarci resaltó el hecho de que en el corazón de las sociedades radica una resistencia sistémica al otro. Entre nosotros, como ejemplo, nos referimos al serrano y, en respuesta, al costeño, cuando queremos capturar en un adjetivo todo lo que suponemos es inferior a lo que entendemos como “propio”. En el extremo máximo escucho a la gente decir “ese indio” como insulto mientras, por ejemplo, camina en los pasillos de un supermercado para denigrar a alguien que le cae mal.
Por otra parte, como han señalado en las redes sociales, parece que una porción de nosotros no sufre de xenofobia sino de aporofobia o rechazo a las personas pobres pues, como dijo Enzensberger, los extranjeros son más extranjeros cuanto más pobres son.
En este contexto, sin que los mestizos hayamos superado las taras en nuestra relación con los indígenas, habitantes originarios de estas tierras y cuya sangre compartimos, nos vemos abocados a enfrentar nuestros miedos de una manera a la que no estábamos acostumbrados.
El escritor marroquí Tahar ben Jelloun señala que es natural rechazar la diferencia, pero lo que más daño hace es la exclusión pacífica y callada del otro en el diario vivir, sobre todo en el habla. Como explica en su libro Racismo explicado a mi hija, publicado en su idioma original hace 20 años, aunque el racismo es universal, los niños no nacen sino que se convierten en racistas. Es decir, aprenden a justificar actitudes y acciones comunes contra los otros.
Como señala Catarci, la educación es en sí misma intercultural, pues por definición busca que unos aprendan de otros y creen vínculos. Pero imbricado en cómo funciona nuestro sistema educativo están las actitudes de temor basadas en la sobrestimación del número de migrantes que llegaron para quedarse en un determinado país y de su potencial amenaza a la economía y una supuesta identidad nacional.
La educación intercultural no estriba, entonces, y esto ya no lo dice Catarci sino cualquiera con dos dedos de frente, en que los profesores prediquen la solidaridad y la comprensión, o que las instituciones educativas se responsabilicen por sí solas de subvertir el sistema de valores de una sociedad.
Continuamos a años luz de entender a la nuestra como una sociedad verdaderamente intercultural, pues la mayoría mestiza aspira a blanquearse progresivamente mediante una asimilación propia y ajena de virtudes occidentales. Nuestras políticas aún se rehúsan a garantizar oportunidades efectivas para todos y, de esta manera, verdaderamente fomentar la pluralidad.
En traducción libre de las palabras de Alexander Langer, nuestra educación y por tanto el país debe buscar más constructores de puentes, transgresores de muros y exploradores de fronteras. No hay otra manera de desarrollar el arte de vivir juntos. (O)