Cuando alguien lee está reafirmando no solo su curiosidad, sino algo de la condición humana moderna. A pesar de las asombrosas transformaciones tecnológicas, el libro impreso en papel continúa siendo una tecnología de larga duración; más aún, el libro que siempre hemos conocido es tanto o más interactivo que cualquier dispositivo lector que funcione con baterías, pues no hay que olvidar que los libros en cualquier formato deben ser activados por una persona; si no, no cumplen la función principal de ser leídos. En medio de la extrema ruidosidad social, el libro nos posibilita estar solos con nosotros mismos.

Esta es una de las ideas que animaron al historiador del arte David Trigg a publicar El arte de la lectura: libros y lectores en el arte de Pompeya a nuestros días (Londres y Nueva York, Phaidon, 2018), un compendio visual que celebra los libros y la lectura en las obras de más de doscientos cincuenta artistas a lo largo de la historia: “En contraste con nuestras vidas cada vez más interconectadas en redes en las que la información que consumimos es monitoreada y rastreada, un libro impreso todavía ofrece la oportunidad de una actividad completamente privada, desconectada. El libro luce como un adelantado de su tiempo”.

En la Edad Media el saber se conservaba en el rollo de papiro (curiosamente, la pantalla del aparato electrónico repite esa incómoda tecnología). El cristianismo propulsó el formato del códice –páginas unidas entre sí protegidas con una cubierta–, lo que ha hecho que, por más de dos mil años, el libro haya sido fundamental para divulgar el saber, los valores y las creencias. El mundo grecorromano olvidó el rollo hacia el siglo VI. La invención de la imprenta en el siglo XV propició un salto impresionante en la difusión del conocimiento. Los humanistas vieron en los libros un contacto con la sabiduría antigua.

A Trigg le interesa relievar los libros que se pintaron, las figuras de lectores que se esculpieron, los libros usados en las instalaciones artísticas. Aparte de ser un tesoro de información, los libros han sido uno de los objetos que más han influenciado en el curso de la humanidad: “En las representaciones que los artistas han hecho de los libros y la lectura vemos momentos de compartida humanidad que trascienden la cultura y el tiempo”, dice Trigg. Los libros que poseemos son una extensión de nuestra personalidad. Leemos lo que somos, lo que queremos ser, los mundos que ansiamos, las escenas que soñamos.

En este volumen los artistas han retratado la atención con que lee el estudioso. Hay lectores ausentes del mundo exterior. Leen las mujeres cuando la lectura obedece al placer antes que a la devoción o a la formación edificante. Es más, en los siglos XVIII y XIX con la lectura las mujeres adquirieron más conciencia de sí mismas y mayor sentido de independencia. Por eso la sociedad patriarcal le atribuyó a la lectura una influencia corruptora. En una instalación de Christian Boltanski en homenaje a Jorge Luis Borges, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, se ven miles de libros suspendidos en el aire, como si volaran. (O)