“Lo siento, no puedo cumplir mi obligación porque estoy sin carro”. Es la excusa de muchos ecuatorianos para justificar su inasistencia a un compromiso previamente acordado de cualquier tipo. No suele ser una mentira. En general es verdadero el hecho de que la persona “está sin carro”, porque su vehículo está en la mecánica o porque lo tomó el hijo para ir a la universidad. En este país, a todos les parece una justificación aceptable y nadie la cuestiona. La excusa es la parte más visible de un fenómeno general y propio del Ecuador nuevo rico: la “carrodependencia” nacional. Un fenómeno que comenzó en la década del 70 con el primer festín del petróleo, y que ha quedado plenamente establecido después del reciente y segundo festín. No es un fenómeno aislado que carezca de importancia. Es un serio y verdadero síntoma del ficticio progreso ecuatoriano.

En el Ecuador del siglo XXI, de la clase media hacia arriba, es impensable una vida “sin carro”, y “estar sin carro” es una contingencia pasajera que supuestamente inhabilita a muchas personas para el cumplimiento de sus obligaciones cotidianas, causando perjuicios incuantificables a la precaria economía ecuatoriana y testimoniando la falta de formalidad que nos caracteriza. Como todo síntoma, la “carrodependencia” ecuatoriana parece superficial, pero en realidad denuncia inconsistencias estructurales de nuestro funcionamiento social y económico, como aquella de que nuestra riqueza ilusoria se sostiene –parcialmente– en el subsidio de los combustibles: una ayuda que se convierte en una carga para la economía nacional, para beneficiar a las familias ricas, aquellas que tienen vehículos de lujo y al menos 1,0 automóviles por cada miembro de familia residiendo en la misma casa.

En las horas pico del tráfico quiteño en los días ordinarios, observamos que el 90 por ciento de los automóviles particulares lleva únicamente a su conductor, aumentando la congestión y la contaminación ambiental. Esto representa otra expresión ordinaria de la “carrodependencia” nacional, aquella que justifican los adictos argumentando que en la sociedad ecuatoriana actual el vehículo es “necesario” para la vida cotidiana, porque el transporte público es malo, el tráfico es pesado y la inseguridad reina en los buses y en las calles. Todo ello es verdadero, pero la relación de causalidad es de doble vía: la “carrodependencia” es al mismo tiempo causa y efecto de todo lo anterior.

El argumento del “necesario” no se sostiene, salvo en personas con alguna discapacidad. No se sostiene en relación con la lógica de lo necesario y porque el pretexto ignora a los millones de ciudadanos que cada día cumplen responsablemente sus obligaciones caminando, cicleando o usando el transporte público en el Ecuador. La calentura no está en las sábanas: la solución a los buses congestionados y los taxis inseguros no es un automóvil para cada persona. Es un razonamiento propio de la sociedad arribista y neorrica que somos. La alternativa es construir ciudades, transporte y país para la gente, no para los “carros”, con todo lo que ello implica. Entonces, la próxima vez que usted incumpla un compromiso porque “está sin carro”, piénselo mejor: es una excusa incivil, subdesarrollada y además “bien chagra” como decimos en Quito. Porque no es lo mismo tener clase que tener plata. (O)