Sí. Se trata del titular de una de las magistrales crónicas que el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos concibió sobre Guillermo el Chato Velázquez, “…el único árbitro de fútbol del mundo que registra en su hoja de vida por lo menos cinco jugadores noqueados”.
Esta tragicómica historia del Chato ha sido seleccionada e integrada a una serie de antologías sobre lo mejor del periodismo americano, y la parte medular que le llevó a Salcedo Ramos a escribir esta pieza varias veces premiada está en la página 93 del libro La eterna parranda: “El partido continuó con muchas tensiones hasta el minuto treinta y cinco del primer tiempo, cuando Pelé vio la tarjeta roja por reclamar, de mala manera, un supuesto penal en su contra”. No contaré el desenlace para evitar un spoiler que los enoje, más bien comparto la anécdota ocurrida con una relectura de este mismo texto.
Mientras repasaba la crónica del partido de aquel miércoles 17 de julio de 1968 entre el Santos de Brasil y la selección colombiana de fútbol, una notificación en mi celular me alerta sobre la “nota del día”: La jueza de garantías penales de la Corte Nacional de Justicia, doctora Daniella Camacho, impuso prisión preventiva en contra del expresidente Rafael Correa, y a renglón seguido emitió una difusión roja a la Interpol para su captura inminente. Y allí se me cruzaron las historias: ¿será que en este planeta no deben existir los jugadores “inexpulsables” ni los expresidentes “inimputables”? ¡Faltaba más! ¿O los que no deben existir son los árbitros facinerosos, los fiscales generales por encargo, o las juezas que garantizan papelones antes de que la oportunidad para su cuarto de hora de fama se vaya con el viento?
Cavilo mientras camino para desligar este paralelismo que irremediablemente hago tras la coincidencia de los dos hechos: la cartulina roja y la prisión preventiva. En ese momento me encuentro con mi exprofesor de Teorías de la Comunicación –abogado de los tribunales de la República, enconado anticorreísta y duro crítico de la Ley Orgánica de Comunicación–, quien me desencaja con su conclusión sobre la decisión de la nueva justicia ecuatoriana: “Así no se puede hacer política, mi querido amigo”, me dice. Y apostilla: “Es la mejor manera para ahuyentar a los jóvenes”.
El 13 julio de 2012 ocurre un hecho en Bogotá, adonde había huido el exlegislador gutierrista Fernando Balda. Escapó porque la justicia lo requería para que respondiera por unos trinos difamatorios en contra del entonces presidente Rafael Correa. Según lo resume la prensa nacional, ese día “se produce el secuestro de Balda en Bogotá. Cinco personas intervienen en el delito. Lo dejan libre casi inmediatamente porque los perseguían”. Casi tres meses después, el 10 de octubre, Balda es deportado desde Colombia para que cumpla una sentencia por calumnias. El 4 de abril de 2013 inicia una demanda por el presunto secuestro, pero no es sino hasta el 18 de enero de este año –cinco años después– cuando el exlegislador por Sociedad Patriótica es requerido por la Fiscalía a reconocer la firma por la denuncia del presunto secuestro.
Ya mis dudas se aclaran gracias al docente y abogado anticorreísta: Así no se puede hacer política. Ni justicia. Ni nada. Ni siquiera un buen partido, donde la fama pende de una roja que se convierte en bumerán: la Asociación de Fútbol de Colombia expulsó al árbitro y restituyó a Pelé. Acá, veamos qué pasa en los complementarios. (O)