Roberto Pazmiño Guzmán, fallecido en junio del 2016, fue un sacerdote diocesano que cumplió funciones pastorales y administrativas en la Arquidiócesis de Guayaquil y es especialmente recordado por su investigación que impulsó la beatificación y santificación de Narcisa Martillo Morán.

Lo recuerdo con especial aprecio porque fue uno de mis pocos alumnos en el colegio San José La Salle que sintieron vocación sacerdotal y la siguieron con entrega total y gran labor pastoral.

Tenía especial gusto por la historia y particularmente por las biografías.

El documentar la vida de Narcisa facilitó el reconocimiento de sus virtudes y todo eso, unido a los milagros atribuidos a su intercesión, le permitieron llegar a los altares.

No solamente la vida de Narcisa se preocupó Roberto de investigar.

Con una dedicatoria, del 11 de junio de 2004, conservo un ejemplar de su obra Mujeres heroicas: semblanzas de mujeres santas que vivieron una espiritualidad victimal en favor de su pueblo.

En el Pórtico del libro, que escribió Hugo Vásquez Almazán, sacerdote, leemos: En las huellas de las santas mujeres, todavía es posible vivir y existir en nuestros días. El secreto está en descubrir que la cruz de cada día produce siempre germinaciones de vida nueva.

Las biografiadas son: Mariana de Jesús Paredes y Flores (1618-1645), quiteña, a quien considera “el primer ejemplar de las almas místicas ecuatorianas y como el primer eslabón de la cadena de almas contemplativas que han brotado en el suelo patrio, y forman el bellísimo cortejo de nuestra heroína nacional”.

Antonia Lucía Maldonado Verdugo (1646-1709), guayaquileña. En junio de 1683, en Lima, funda el Instituto de Nazarenas, consagrado a la imitación de la vida de Cristo, donde deberán florecer azucenas de pureza y espinas de penitencia.

Francisca Mendiola y Fernández Caballero (1763-1838), dauleña, formada espiritualmente por un religioso dominico, practicó una ferviente devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María. Sencilla y humilde, estimada y venerada por sus vecinos y conocidos, que requerían sus oraciones y consuelo.

María de las Mercedes Molina y Ayala (1828-1883), guayaquileña, quien hizo amistad con Narcisa, en Guayaquil, cuando ambas tuvieron la dirección espiritual del sacerdote Amadeo Millán De la Cuadra.

Dolores Pérez Pareja (1830-1900), de Cotacachi y educada en Quito. Su director espiritual la guio en una vida ascética, austera y mística.

Rafaela Veintimilla Villacís (1836-1918), quiteña. Su hermano Ignacio fue presidente del Ecuador. Terciaria franciscana, perteneció a instituciones piadosas. Contribuyó al restablecimiento de las relaciones de Ecuador con El Vaticano.

Zoila Salvador González (1855-1895), quiteña. Joven entró en el camino de la ascesis y de la piedad, convirtiéndose en una monja en casa.

Lucinda Toledo Palacios (1864-1945), quiteña, consagró su vida a la educación de la infancia. Creó una escuela mixta. Su director espiritual fray Juan María Riera, dominico, fue el quinto obispo de Guayaquil.

Angelita Muñoz Moral (1890-1911), pujilense, educada por monjas marianitas. Luchó por la conservación de la fe católica.

¿Debemos documentar las historias de otras mujeres heroicas? ¿Sería tan amable en darme su opinión?(O)