El pasado 22 de junio fue un día de homenaje y preocupación internacional por una porción reducida del suelo, representada por unos pocos centímetros de profundidad, o más de un metro en el mejor de los casos, lámina de tierra considerada como fértil donde interactúan elementos químicos nutritivos para las plantas, algo de materia orgánica, agua, aire y una gran cantidad de seres vivos, algunos visibles llamados también macroorganismos, como lombrices, hormigas, arañas, etcétera, o pequeños y hasta invisibles representados por bacterias, hongos, virus y ciertos nematodos. Hay suelos carentes de fertilidad o incapaces de producir, mientras la formación de un centímetro de lámina fecunda le tomó a la madre naturaleza varios cientos de años, siendo un recurso no renovable del que depende la riqueza o pobreza de las naciones.

Existe enorme interés por esa franja de fertilidad porque gracias a ella es posible obtener el 95% de los alimentos que demandan los seres humanos y algunos animales del planeta, tanto es así que hay respetables corrientes de pensamiento que sostienen que las políticas agrícolas deben tener como objetivo central conservar la riqueza de las tierras destinadas a la agricultura y de todas las actividades que de ella se derivan, antes que alcanzar la sonada soberanía alimentaria a la que precede, a tal punto de afirmarse que si no hay tierra fértil no hay vida y no habría sustento para las generaciones actuales y futuras, resaltando con ello el valor de esa minúscula capa de suelo.

Según especialistas en ciencias del suelo, una de las causas de su destrucción es la erosión, a la que se atribuye la “pérdida de 25.000 a 40.000 millones de toneladas de la capa arable por año” (FAO. 2015), impactando los rendimientos de las plantas cultivadas, reduciendo su capacidad de almacenaje de carbono, nutrientes y agua, trastocando seriamente la subsistencia de los microorganismos (hay más organismos individuales vivos en una cucharada de suelo que personas en el planeta), básicos en la nutrición de los vegetales. De no mitigarse la erosión habría una disminución de alimentos equivalente a 253 millones de toneladas para el año 2050.

Respecto del diagnóstico de la actual situación de los suelos ecuatorianos, el propio presidente de la República, con motivo del lanzamiento de su campaña forestal Reverdecer Ecuador, el 28 de febrero de 2018 en Macas, pintó un espantoso escenario de avería siniestra del perfil cultivable, al expresar: “Lo más grave es que estamos degradando la tierra cultivable de forma rápida, poniendo en riesgo la alimentación de todos. La mitad de suelos del país está en proceso de degradación y la cuarta parte ya no sirve para la agricultura. Eso significa que apenas una cuarta parte se cultiva de manera correcta”.

Ecuador tiene suficientes instrumentos constitucionales y legales para impulsar acciones concretas de conservación y restitución de la riqueza de sus suelos, en especial de esa porción activa, dinámica y fértil que aún queda, no solo es responsabilidad del Estado sino de miles de empresarios agropecuarios que pueden aplicar en sus predios recomendaciones precisas hacia esa noble finalidad, única forma de preservar la supervivencia de las naciones. (O)