Al haber vivido veintitrés años en el exilio, el impacto de ver a Guayaquil transformada ha sido posiblemente mayor para mi persona que para la gran mayoría de mis conciudadanos.

Cuando regresé a mi país observé a mi ciudad totalmente cambiada, no solo en lo físico, sino en lo emocional: los guayaquileños ya no lloraban la tragedia de la ciudad, sino que se enorgullecían de los avances de esta.

Lo que se ha realizado en Guayaquil es incuestionablemente notable. La obra municipal, el esfuerzo cívico, la recuperación del orgullo de la ciudad, la solución a problemas en los barrios pobres como alcantarillado y pavimentación, la Metrovía, el abastecimiento regular de agua potable, la eficiente recolección de basura, los mercados mayoristas y minoristas, los grandes centros de recreación popular, la terminal terrestre, el aeropuerto, son algunas de las cosas que no pueden ser ignoradas por nadie, cualquiera sea su orientación política, o cualquiera sea su afecto o desafecto al alcalde de la ciudad.

Esas obras están ahí, y con la reciente inauguración del puente que une Samborondón con la autopista Narcisa de Jesús, se siente que continúa una corriente de progreso, de avance que tiene una fuerza que es ya inercial. Se hizo esta gran obra, a pesar de la crisis del país, sin pedir recursos al Estado. Esto, porque además existe una Municipalidad de Samborondón también responsable.

Desconocer este avance de Guayaquil no tiene sentido alguno. Desconocer que en la Municipalidad de Guayaquil de cada dólar del presupuesto solo 15 centavos son gasto corriente y el resto es inversión, es no aceptar hechos numéricos, hechos comprobables. ¡Cuán diferente son las finanzas de Guayaquil, por ejemplo, con las de la Municipalidad de Quito, sometido por muchos años a presiones políticas y a un manejo totalmente diferente al de Guayaquil! Cuando yo era niño, los guayaquileños ponderábamos la labor municipal de la capital. Hoy es exactamente al revés.

Pero, asimismo, el desconocer que este exitoso modelo puede ser desbaratado en el futuro, en cualquiera de las muchas administraciones que seguirán luego del 2019, es una gran ingenuidad. Construir es una labor ardua, tenaz, dura. Destruir es muy sencillo.

Este modelo que ha imperado en Guayaquil, que no solo muestra obras y progreso, sino que testimonia la eficacia de la cooperación entre el sector privado y el sector público, que evidencia las bondades de un sistema que cree en el emprendimiento, ha dependido en forma fundamental de la voluntad de un alcalde que goza de un amplio respaldo popular.

Pero ese alcalde no estará ya más en el sillón de Olmedo en el futuro cercano, y los guayaquileños, que han sido con su esfuerzo de dar contribuciones especiales de mejoras, y con el pago de sus impuestos grandes colaboradores de la Municipalidad, y que han además mantenido el modelo con su decisión electoral, tienen hoy derecho a exigir que ese modelo se blinde, tienen derecho a que ese modelo se lo deje de tal manera resguardado, que no sea posible para las próximas administraciones, vengan de la estirpe política que sea, el alterar lo que creemos es el mejor modelo de gestión de la ciudad.

Se impone que el alcalde convoque al pueblo de Guayaquil a votar en una consulta popular. Esta consulta deberá fijar parámetros claros, que dejen reglas inamovibles, que realmente se blinde a la ciudad contra los posibles asaltos de la politiquería. Parámetros y reglas que precautelen a Guayaquil del interés electoral de corto plazo, y de la utilización de la Municipalidad con fines políticos y no con fines de servicio a los ciudadanos.

Así, por ejemplo, fijar el límite del gasto corriente. Fijar el máximo posible de crecimiento del personal de la Municipalidad. Fijar cuáles servicios deben continuar bajo el modelo de autonomía, como el aeropuerto. Son muchas las cosas que se pueden dejar fijadas en piedra, para que nuestra exitosa ciudad siga por esta ruta de progreso.

Tal consulta estoy seguro será respaldada por todos los sectores ciudadanos, a fin de que el legado de una Guayaquil rescatada no caiga en una situación de frustración a futuro.

No se trata de una apología del alcalde. De hecho tuve grandes diferencias políticas en su momento con él. Fuimos directos contrincantes en papeletas electorales. De lo que se trata es de respaldar una forma de hacer las cosas que ha probado ser efectiva, cívica, y de gran valor para la ciudad.

El alcalde tiene la palabra. Una cómoda salida en el 2019, gozando de alta popularidad en la cual se le reconozca su obra, pero que no deje asegurado un camino futuro mediante la voluntad del pueblo en las urnas a través de la consulta propuesta, sería casi una transición hacia lo desconocido y un riesgo para su proyecto y para la ciudad a la cual tanto ha servido. (O)