Los profesores Daron Acemoglu y James Robinson empiezan su famoso libro Why nations fail? parados en la frontera entre Nogales, Arizona y Nogales, Sonora. Miran al norte y miran al sur. La misma ciudad, los mismos recursos, la misma gente. Sin embargo, dos mundos totalmente distintos. Al norte hay seguridad, salud, educación y un PIB per capita de USD 57.000. Al sur hay inseguridad, enfermedad, ignorancia y un PIB per capita de USD 8.000.
¿Qué pasó? ¿Por qué Estados Unidos alcanzó tan sorprendente nivel de prosperidad y Latinoamérica no? La respuesta de los autores es contundente: las instituciones. No es el clima o los recursos naturales o la predisposición genética. Son las instituciones.
Desde la época de la colonia, en Latinoamérica se crearon instituciones distintas a las de Estados Unidos. Cuando los españoles se asentaron en el territorio de Latinoamérica, lo hicieron con el objetivo de explotar sus abundantes recursos naturales. Crearon un sistema político y económico de explotación. Separaron a la sociedad en clases e hicieron que el comercio dependiera de los títulos y prebendas que otorgaba la Corona. Las mitas y las encomiendas son la expresión de este sistema. Más por accidente que por diseño, los ingleses no hicieron lo mismo. Cuando arribaron a Norteamérica, los nativos los esperaban con las manos vacías. Aquí no hay oro, muchachos. Al no poder aplicar la estrategia de explotar recursos naturales, los ingleses construyeron una sociedad de gente con iguales derechos, que tenía que innovar y trabajar para prosperar. El Pacto del Mayflower y la regla de John Smith de que “Aquel que no trabaje no comerá” son la expresión de este sistema.
Han pasado más de cuatrocientos años y centenas de revoluciones al sur y al norte del río Grande pero, según sostienen Acemoglu y Robinson, las instituciones en Latinoamérica y en Estados Unidos siguen siendo, en esencia, las mismas. En Latinoamérica, el Estado sirve para repartirse beneficios y hacerse rico. En Estados Unidos, el Estado sirve para promover el libre mercado, haciendo que la propiedad privada y los contratos se respeten. Los autores ilustran el punto comparando a Carlos Slim y a Bill Gates. Slim debe gran parte de su fortuna a su amistad con los políticos mexicanos que le permitieron beneficiarse del proceso de privatización de los años ochenta. Gates se hizo millonario por su creatividad, al idear productos que añaden valor a la sociedad y transforman la vida de sus contemporáneos.
Los latinoamericanos hemos construido sociedades en las que para hacerse rico no importa tanto la innovación o el trabajo duro, sino la amistad con el ministro o con el diputado. El Estado es un botín y quien lo controla se beneficia a sí mismo y a sus amigos con concesiones, permisos y licencias. El Estado es un empleador y el gobernante crea ministerios y cargos para darles empleo a sus familiares. El contraste entre Estados Unidos y Latinoamérica sirve para hacernos ver que el mejor plan económico es reducir el Estado a tal punto que no sea un repartidor de beneficios. (O)