Siempre me ha fascinado ser mujer. Creo que fue una de las mejores cosas que me ha pasado en la lotería de mezclas cromosómicas y genéticas, junto con el de haber tenido una hermana gemela, mucho más fortuito todavía.

No guardo recuerdos de haber sido discriminada por ser mujer, salvo quizás cuando un compañero en la escuela jugando a los vaqueros con sus compinches, utilizó una cuerda como lazo, me sujetó como si fuera un jabalí, (mejor una gacela…) y por poco me ahorcó. La oportuna intervención de mi gemela impidió una muerte prematura…

Si pienso cómo hubiera sido mi vida si hubiera nacido varón, no se me ocurren cambios esenciales.

Porque la esencia del ser-hacer que soy, creo que hubiera sido la misma. Me hubiera interesado todo lo que tiene que ver con la justicia y la paz, el baile, la integración de diversidades, la contemplación de la maravilla de la naturaleza y sus misterios, el buscar esa chispa divina en todo lo que nos rodea, el silencio de las noches estrelladas, el murmullo del bosque o el estrépito de una tormenta en el mar, el rostro de un refugiado, un pandillero, o un niño asombrado. Me hubiera enamorado de alguien con quien poder tener un hogar de puertas abiertas y flores en la puerta.

Creo que en mi vida influyó más el contexto del hogar en que nací, que el género. Una familia obrera, honesta y luchadora. De ellos aprendí a preguntar, a indagar, a cuestionar. Diferente hubiera sido si nacía en un campo de refugiados, en Somalia o en Finlandia. Si hubiera nacido en el Oriente, en la India, o en Alaska, en la miseria o en la riqueza, en países en guerra, o en otros siglos. Otros valores y otras carencias me hubieran alimentado y quizás impedido mi propio vuelo. Pero nací en un hogar pobre donde había respeto, dignidad, los sentimientos se expresaban más con hechos que con gestos, en eso eran muy parcos. Y me pusieron por segundo nombre Libertad, lo que les agradezco.

Sin embargo, para las mujeres, como género, no ha sido ni es fácil. El campo de batalla de muchas guerras ha sido nuestro cuerpo a lo largo de la historia. Cuerpo considerado propiedad del varón o de la familia. Regalado, violado, vendido, comprado. Esa lucha de siglos por recuperar nuestro propio espacio es una conquista con mucho sufrimiento, de la que personalmente me siento orgullosa.

En esta época y en mis circunstancias, no sufrí por ser mujer porque siempre defendí mi espacio. Cuando coordiné con 2 compañeros varones una organización a nivel de América Latina y uno de ellos creía que podía manipularme y utilizarme, no le resultó fácil. Cuando fui parte de una comunidad religiosa, recuerdo 2 anécdotas. Al llegar a Yaruquíes, un poblado cercano a Riobamba, el sacerdote de la parroquia se alegró y exclamó: “¡Qué bien, ya tengo quien me haga la comida y lave la ropa!”. Yo respondí: “¿Desde cuándo usted cree que somos sus sirvientas? Ni lo sueñe”. O cuando el querido monseñor Proaño al llegar de un retiro espiritual me preguntó qué sacerdote nos había ayudado, quedé perpleja. Mi respuesta lo dejó estupefacto. “Monseñor, ¿cuando ustedes hacen retiros los ayuda alguna monja?”. ¿Por qué los hombres tienen la exclusiva de las cosas de Dios en todas las religiones?

Tenemos mucho camino por delante pero lo lograremos, porque juntas estamos aprendiendo a valorar lo que somos. (O)