Hay quien se refirió en Copenhague como “el tren del divorcio” al horario con afluencia de niños y jóvenes sin acompañante los viernes y domingos en la tarde. A esa hora viajan los hijos que comparten 50-50 a su padre y madre, o visitan a uno de ellos el fin de semana.

Me imagino a ese tren ruidoso y efervescente, como los que van a y vienen del Tívoli en vacaciones o el centro de la ciudad a la una de la mañana, muy diferente a los trenes cargados de adultos en horas pico entre semana.

Para los niños con padres que no viven juntos, las celebraciones como su cumpleaños o la Navidad pueden involucrar una espinosa negociación con sus afectos. Este año te toca a ti, el siguiente a mí. El sábado tú, el domingo yo. Y en Navidad es cuando más se sienten los efectos del ajuste de cuentas entre exparejas que no asimilan con facilidad la pérdida del tiempo tan preciado que podrían pasar con sus hijos en fechas importantes.

Hay casos extremos, como el papá que se volvió a casar y decidió que el mejor momento para bajarse del tren en plena marcha era cuando su hija mayor cumpliera la mayoría de edad. Esta misma semana, la mamá debe acudir a la corte, pocos días antes de unas fiestas que llaman a la reconciliación, la paz y el amor, para continuar su tortuosa apelación al pedido de una rebaja de pensión.

Otro sería el viaje si, dejando las diferencias, su exesposo quisiera terminar el recorrido juntos, tal como lo emprendieron hace dos décadas. Más allá de que la mayoría de edad implique independencia, tendría que ser consecuente con la responsabilidad que adquirió de inicio, pues la mamá tampoco está pasando de agache.

Los hijos todo lo ven, todo lo oyen, todo lo sienten. Lo que hace el papá, aun en justa defensa de sus derechos económicos, deja entrever cómo maneja sus vínculos con los demás, y con el dinero. Y las acciones y las palabras de los adultos modelan en sus hijos sus futuras relaciones.

Dejar de culpar al otro, de tildar al otro de cualquier mal que le aqueje (pues no va a cambiar), pero, más importante, centrarse en la relación, aunque deteriorada, da paso a que los hijos no cometan los mismos errores. No es coincidencia que se estima que la mitad de los habitantes de Copenhague viven solos, sin amigos, sin hijos y sin pareja, aunque según las encuestas no parece ser su primera opción.

Los viajes toman giros inesperados, y nos pueden traer pequeños y grandes accidentes. Un estudio en Applied Research in Quality of Life encontró que es más divertido planificarlos que llevarlos a cabo. En los periplos de largo alcance, como la conformación de una familia, hay que aprender a ceder el puesto sin pensar que se pierde, sino que se gana. Los afectos se debilitan cuando se dividen. Tratemos de sumar, aunque viajemos apretados, en espacio y dinero. (O)