Retomo la miniserie sobre el género. Hace tres semanas dejé planteadas unas preguntas, al final del texto anterior de esta serie. Antes de abordarlas, les propongo una revisión breve pero necesaria, del capítulo 2 (“El género”) del manual de la Nueva gramática de la lengua española (2010), el más actualizado de la Real Academia. Un libro de 993 páginas, indispensable para universitarios, docentes y doctorantes en Literatura y Castellano, sugerido para académicas feministas ecuatorianas y psicoanalistas lacanianos, y facultativo para psiquiatras practicantes de la farmacodependencia.
La Real Academia dice que el género es una propiedad gramatical de los sustantivos y algunos pronombres, que incide en la concordancia con determinantes, cuantificadores, adjetivos y participios. Solamente hay dos géneros: el masculino y el femenino. El género no es lo mismo que el sexo del referente, es decir, del objeto al que se alude en la realidad extralingüística: no hay una relación equivalente entre género y sexo, excepto en la mayoría de los seres vivos. Los sustantivos no tienen género neutro en español; lo tienen algunos demostrativos (esto, eso, aquello). En esta lengua, algunos sustantivos son ambiguos (el/la mar). Los sustantivos epicenos son los que poseen un solo género y designan algunos seres vivos, pero no tienen marca formal que permita determinar su sexo (la rata, la jirafa, la marmota, las algas). Aunque el género es, en el español, una propiedad inherente a cada sustantivo, el género masculino es el género no marcado que designa a un individuo de ese sexo y a toda la especie, en el caso de los seres vivos. El género femenino es el género marcado… por la diferencia.
A lo largo de diez páginas de letra menuda, la Real Academia explica las reglas gramaticales de uso del género para sustantivos y pronombres, así como las reglas de concordancia con otros determinantes. La Academia incluye los casos y particularidades del habla cotidiana en los que hay excepciones a las reglas de concordancia: por ejemplo, en el habla coloquial masculina ecuatoriana, el sintagma “los mandarinas” designa a los hombres que supuestamente se dejan mandar por sus mujeres. En todo caso, no existe un “género neutro” o un tercer género cuando se trata de sustantivos, particularmente de seres vivos, y especialmente de seres hablantes. Lo que existe es el hermafroditismo, pero esa condición alude al sexo y no al género, en algunas especies animales y vegetales, y como una particularidad congénita excepcional en nuestra especie.
Por otra parte, si el género alude a una propiedad de los sustantivos que establece una diferencia entre masculino y femenino, aunque no equivalga exactamente al sexo, ciertas expresiones o proclamas tales como “igualdad de género” o “equidad de género” plantean un problema gramatical, es decir, un problema lógico. Porque hay un sostenimiento de la gramática en la lógica para el lenguaje como estructura, y para todas las lenguas incluyendo el español o castellano. Hablar de “igualdad de género” implica una contradicción lógica o la desmentida de una diferencia fundamental entre los seres vivos y entre los seres hablantes. Una diferencia fundamental que no implica superioridad versus inferioridad, sino solamente diferencia. Creo que con este rodeo estamos listos para abordar las preguntas previamente planteadas. (O)