Leía en días pasados un artículo publicado en el diario El País titulado ‘Si quieres saber cómo es fulanito, dale un carguito’, en el cual se explica de forma sencilla cómo el poder puede actuar como un verdadero detonante especialmente cuando la persona que llega a ejercerlo arrastra inseguridades y complejos, usualmente poco conocidos. Como señala el artículo, “el poder desvela también cómo somos, es una oportunidad para ver qué hay detrás”, y agrega que “cuando tenemos un cargo, se nos ve el plumero de nuestros valores y de nuestras inseguridades”. Quizás lo que sugiere el artículo no es nada nuevo, sin embargo, vale la pena recordarlo incluso para el análisis de procesos políticos como el vivido por nuestro país en los últimos años.

Podría decirse que el eje central del análisis está marcado por una premisa básica: cuando un actor político llega al poder, sus decisiones y actitudes pueden estar influidas, en gran medida, por las inseguridades, complejos e incertidumbres que salen a relucir de manera persistente e insidiosa en esa conexión con el poder, debiendo aclararse que dichas situaciones personales generalmente no trascienden en el ámbito común y privado sino cuando existe la cercanía con el poder; por eso se habla de que el poder actúa como un detonante, pues es el que incita a las inseguridades y otros desvaríos a manifestarse como sombra perniciosa en el actuar de la persona a la cual se considera, por ejemplo, tolerante y equilibrada antes de asumir el poder; si bien no existe un dato científico absoluto que sustente la presunción psicológica, los ejemplos de la historia demuestran una constante manifestación en dicho sentido.

Ahora bien, cualquier solución que se plantee termina siendo engañosa, por no decir cargada de prejuicios, toda vez que se puede sugerir a un pueblo que trate de evitar aquellos políticos que buscan el poder, arrastrando inseguridades y desafectos emocionales, pero cómo anticipar su afloramiento si pertenecen generalmente a la esfera privada e íntima del actor político; en otras palabras, ¿cómo conocer que determinados aspirantes de la presidencia que parecen muy inteligentes y sensatos acogen en su interior enormes taras emocionales que pueden convertirse en factor explosivo de convivencia con el poder? En la práctica, resulta virtualmente imposible un análisis de ese tipo, pues aun conociendo una carga pesada desde el punto de vista emocional o psicológico, bien podría otorgarse el beneficio de inventario al político que aspira a llegar al poder exorcizando todos sus demonios internos.

Es justo aclarar que existen también innumerables ejemplos de personas que han llegado al poder con complicados antecedentes emocionales y que, a pesar de ello, supieron manejar sus desafectos y problemas sin permitir que se conviertan en motivo esencial de sus decisiones; sin embargo, en la mayoría de ocasiones, el aspecto emocional, las inseguridades y desajustes de un político que ostenta el poder terminan transformándose, de una u otra manera, en sus más fieles y aberrantes conductores.

(O)