Cuando la Tri ya estaba hecha pomada y sin opción de ir a Rusia, el entrenador dijo que le dejaba a su reemplazo la cancha servida y enseguida se largó a la casa de la belga, pero en Arabia Saudita, desde donde tuitea de cuando en cuando, furioso. Con este panorama el Ecuador encaró su último partido contra Argentina, que a los analistas deportivos nos deja muchas lecciones.

Primero, el factor suerte: Cuando, antes de que comenzara el partido, supimos que el árbitro era brasileño pensamos que con él los nuestros iban a poder entenderse y éramos capaces de ganarle a Argentina en un santiamén, algo que, en efecto, pareció que iba a ocurrir porque a los pocos segundos del pitazo inicial ¡pum!, Romario Ibarra dejó a todos estupefactos con un golazo que hizo que hasta el árbitro saltara de la emoción porque creyó que ese Romario era el brasileño y, dados los lazos que unen a los dos países, estaba a préstamo offshore en el Ecuador. ¡Qué emoción que tuvimos! Cómo sería que el locutor gritó que el país regresaba a ser el jaguar de América Latina, un ejemplo para el mundo, merecedor de un futbolis causa, por lo menos.

Segundo, el factor sorpresa: ¡Ay!, pero la alegría no duró mucho, porque a los 12 minutos Messi igualó el marcador, con un golazo. Enseguida los argentinos se adueñaron de la pelota y no dejaban que los ecuatorianos la recibieran, hasta que el árbitro pitó para que los ecuatorianos pudieran recibir si no toda la pelota, por lo menos un tanto por ciento. Y, justo cuando estaban recibiendo, Messi se la robó y anotó su segundo gol. Chuta, es que los argentinos también creo que son unos tigres para un robo y nuay cómo descuidarse.

Tercero, el factor prueba: De ahí un ecuatoriano cometió una falta y cuando el árbitro la sancionó, el ecuatoriano dijo que no era falta y que si el árbitro pensaba que era, tenía que demostrarle porque no bastaba que todo el mundo la hubiera visto, sino que necesitaba pruebas. El juez casi le saca la tarjeta roja y le manda encerrado al camerino, por tramposo.

Cuarto, el factor seguridad: A todo esto, los de la Tri se dedicaban solo a marcarle a Messi y dejaban suelto a Di María, que se paseaba por la cancha con total libertad. Desesperado, el entrenador de la Tri dijo que Di María no podía seguir jugando tan libre y pidió que le pusieran un dispositivo electrónico en el tobillo para ver por dónde andaba. Por suerte después le cambiaron. No pues el grillete, sino al Di María enterito.

Quinto, el factor chuchaqui: El público comenzó a pifiar porque la Tri no repartía bien la pelota. O sea sí repartía, pero haciéndola rodar solo entre quienes habían estado de fiesta la noche anterior y querían hacer bailar también a los argentinos, aunque el chuchaqui se los impedía. En eso Messi metió su tercer golazo y al final nos quedamos sin Rusia, sin pelota, sin Tri y hasta sin cancha, que quedó totalmente inservida, con las líneas despintadas, con lodo en lugar de césped y puros huecos. (O)