Días atrás tuve que ver a la distancia las fotos de graduación de quienes fueron mis primeros alumnos en el Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la Universidad San Francisco de Quito. Lamentablemente, hubo motivos personales y laborales que me impidieron estar con ellos en su graduación. Quizás por eso me atrevo a compartir algunas ideas –con ellos y con todos ustedes– sobre la arquitectura. Después de todo, la arquitectura es algo que no solamente concierne a los arquitectos, sino a todos nosotros, que la vivimos y –en ocasiones– nos vemos forzados a padecerla.

Pude ver cómo las aspiraciones y curiosidades ingenuas que mostraban durante las clases de Dibujo Arquitectónico II y Fundamentos de la Arquitectura II se fueron convirtieron en razonamientos más profundos y ambiciosos. Ahora les toca el verdadero desafío. Todos esperan que usen su formación y sus instintos para ejercer la arquitectura, sin caer en las ilusiones del egocentrismo; sin olvidar el principal objetivo de la arquitectura: mejorar –de manera confortable y efectiva– la vida de otros seres humanos.

Los arquitectos vivimos tiempos complicados. El mercado inmobiliario se ha afanado en convertir a la arquitectura en un juego superficial de fachadas extravagantes, mezquinando cada vez más la calidad de los espacios interiores. A eso debemos agregar la enorme sobreoferta existente en las grandes ciudades del país. Paralelamente, los canales tradicionales para el ejercicio de la arquitectura se vuelven cada vez más estrechos. Las edificaciones públicas, que antes se consignaban a través de concursos de arquitectura, ahora quedan reducidos a pequeños círculos profesionales, casi siempre próximos al gobierno de turno, sea este nacional, provincial o municipal. No faltarán los tradicionalistas, que quieran usarlos a ustedes y al gremio como los culpables de todas las desgracias de su comunidad. Ese es el complicado escenario que ustedes tienen adelante y que deberán enfrentar nadando a contracorriente.

Para superar los obstáculos ya mencionados sugiero que tengan siempre en cuenta aquellos criterios inmutables, sobre los cuales se basa la verdadera arquitectura. Las milenarias ideas de Vitruvio se mantienen aún vigentes. La arquitectura se sigue descomponiendo en sus tres elementos generadores: Firmitas, Utilitas y Venustas. Firmitas es el orden regulador, la estructura; Utilitas, la función; y Venustas, la belleza. Una obra sin belleza no es arquitectura, es simple construcción. Sin función –o sin uso– cualquier objeto construido se limita a ser una extravagancia plástica; y sin Firmitas no se puede cumplir con la misión de mejorar la vida de los seres humanos.

En contraparte, les recuerdo los conceptos de Bernard Tschumi, con los cuales solía torturarlos en clase. La arquitectura es el punto de convergencia de tres campos que interactúan y la generan: el concepto, el contexto y el contenido. La mayoría de los arquitectos enfocan su tiempo y su trabajo en el concepto, que suele ser la base de sus partidos arquitectónicos. Sin embargo, conviene siempre recordar que todo buen arquitecto parte de un análisis profundo y minucioso del contexto. Los proyectos que se encajan en el contexto, sin interpretarlo, terminan necrosando sus alrededores.

Felicitaciones, queridos colegas. Comiencen a dibujar el mundo que viviremos mañana. (O)