Hace poco acudí al cementerio. Cuando salía, cuatro tambaleantes hombres cargaban un humilde féretro. Tres personas escoltaban al difunto; “…sin familia, enfermo, solo”, me aclararon. Unos pocos amigos recogieron dinero para enterrarlo; noble demostración de amistad. Ese valor iniciado en barrios, aulas estudiantiles, mercados, playas, paseos, etcétera, cuyo latín amicĭtas, amīcus (amigo) constituye afecto personal, puro, desinteresado, compartido con aquella persona, que nace y se fortalece con el trato (RAE).
Las elecciones recientes desataron pasiones, poniendo a prueba esos lazos, a veces más sólidos que los familiares, otras más frágiles que el cristal. Se generaron grietas peligrosas, desataron violencia física, mediática, por redes sociales. Develó una “fiebre” sociocultural subyacente en escenarios electorales, donde algunos políticos, amas de casa, profesionales, entre otros actores, esparcieron mucha agresividad cruzada, reproducida con virulencia por una muchedumbre de acólitos, fracturando amistades por “descarriarse” hacia otras tendencias. Adultos que deberían ser modelo a seguir por nuestra juventud, reflejando el valor del respeto, el debate reflexivo, la fraternidad, la reconciliación, solidaridad y armonía, para una sana convivencia social, sucumbieron en arrebatos contra quienes piensan diferente, incluso hacia sus amigos.
Filósofos dialogando sobre amistad dicen:
Sócrates: “¿Qué cosas, una por su presencia, y otra por su ausencia, le hacen mejor y la preservan y administran con más eficacia?”.
Alcibíades: “A mí me parece, Sócrates, que el hecho de que que reine la amistad entre unos y otros, cuando a la vez, están ausentes el odio y el espíritu de partido”.
Sócrates: “¿Y a qué llamas tú amistad: a la conformidad o disconformidad de sentimientos?”.
Alcibíades: “A la conformidad de sentimientos” (Platón: Alcibíades o de la naturaleza del hombre).
Debemos superar esas posturas cerradas, promover una identidad moral, una actitud de tolerancia ética al discernimiento del otro, por muy errado que parezca, como espejo para las nuevas generaciones. En algunos colegios, ante la mínima discusión, los muchachos se trenzan a golpes con sus compañeros; existe bullying adolescente contra el “distinto”; hay jóvenes agresivos contra sus profesores. Debemos preguntarnos: ¿somos protagonistas de esa “película” vista por los chicos?
Un iracundo entrenador banqueó a un conocido futbolista europeo, por su amistad con el capitán del equipo rival; en vez de romper dicho lazo afectivo, este resultó más fuerte. Se señala que Fidel Castro y León Febres-Cordero mantenían excelente relación, independiente de sus antípodas ideológicas. Nelson Mandela perdonó a sus enemigos. Ejemplos que desmitifican ese coincidir en todo como requisito indispensable para la amistad. Aristóteles manifiesta: “…La amistad exige, pues, no solamente esta benevolencia recíproca, sino también que uno quiera el bien del amigo y que los sentimientos sean manifiestos…”; sin exigencias sectarias, priorizando los buenos recuerdos, vivencias que nos hermanan con aquellas personas, no obligándolas a pensar igual para no condenarlas al olvido.
¿Qué hacemos como sociedad para estimular la amistad? El proceso electoral terminó; ojalá no continúe la escalada de odiosidades, por el bien del país necesitado de todos para avanzar. ¿Cómo restablecer esas amistades disgustadas?, ¿cómo se reencontrarán los amigos “descarriados”?; ¿quién dará el primer paso?, ¿el “ganador”?, ¿el “perdedor”?; ¿se llamarán por teléfono?, o solo reenviarán la solicitud por Facebook, si acepta bien, si no... ¿Cuánto realmente vale la amistad hoy? Para aquel hombre sepultado, sin familia, mucho; ningún político le cargó su ataúd. (O)