Entre las varias acepciones de la palabra recuperar utilizo, en esta ocasión, la siguiente: volver a un estado de normalidad después de haber pasado por una situación difícil, por ejemplo, un duelo por el fallecimiento de alguna persona querida, la ruptura de relaciones interpersonales importantes o la pérdida de una situación económica que trastorna los planes de vida.
Ese significado solemos emplear en nuestras conversaciones cuando afirmamos, por ejemplo: esta persona no se recupera, esa se está recuperando o aquella ya se recuperó, según nos demos cuenta de que la serenidad, la conformidad y la aceptación se aproximan o ya se han instalado en ellas y por eso su rostro, sus ademanes y sus palabras lo denotan.
¡Qué alivio es percibir esos progresos en las personas que queremos y estimamos y qué preocupante y doloroso cuando no se producen!
¿Acaso no provoca tener el conocimiento del proceso de un duelo y aprender el arte de aplicar las técnicas que ayudan a aliviar el estado de ánimo a las personas que queremos, sumidas en la tristeza y el agobio?
Hace varios años tuve la oportunidad de conocer e integrarme, con Alicia, a un grupo de autoayuda denominado Lazos, con experiencia en varios países, que había desarrollado una metodología para ayudar a padres y madres de familia que habíamos pasado por el doloroso caso del fallecimiento de un hijo.
Además del material de lectura que recibimos, la transmisión de los pensamientos, sentimientos y experiencias que intercambiamos, al expresar nuestras vivencias, en un clima de conversación apropiado, fue muy útil para los integrantes del grupo.
Entre dichos documentos de estudio, reflexión y terapia, recojo las recomendaciones que publicó la Fundación Omega, de Colombia, que gustosamente comparto, porque puede ser útil para usted o para personas que conoce que las necesita: Acepte sus emociones. Exprese sus sentimientos. No espere milagros de la noche a la mañana. Si tiene hijos, involúcrelos en el proceso de duelo. Escapar a la soledad es distinto de estar solo. Los amigos son importantes. Ayúdese a sí mismo y a otros a través de grupos de apoyo. La consejería puede ser benéfica. Sea benévolo consigo mismo. Trate de convertir su pena en una experiencia positiva.
Además, considero que la actitud y la vivencia personal repercuten en quienes están a su alrededor; por lo tanto, una persona doliente se puede convertir, a medida que va superando su estado emocional, en referente de aceptación de la nueva realidad, asumiéndola y dando pautas de conducta que lleven a vivir a las nuevas realidades que deben ser afrontadas con entereza y optimismo.
¿Se podrá recuperar la alegría cuando falta un ser querido a quien no volveremos a ver, ni oír, ni sentir?
Ni la alegría ni la pena son absolutas, en la vida se presentan con muchos matices y conseguir el control de las emociones es posible, sobre todo si aplicamos decididamente nuestra fe y esperanza en el intento.
¿Está de acuerdo? ¿Sería tan amable en darme su opinión?(O)