Está claro que para elegir no existe mayor distinción entre razón y emoción. Peor aún con campañas populistas, demagogas y en especial carentes de creatividad que buscan el rechazo hacia el oponente antes que la aprobación del propio candidato. Efectivamente, las neurociencias demuestran las múltiples conexiones entre los lóbulos frontales (generalmente asociados con facultades cognitivas racionales) y la corteza límbica (asociada generalmente con funciones emocionales), así como el psicoanálisis considera a las pulsiones como relaciones de objeto investidas afectivamente y, a su vez, los filósofos helenísticos mucho antes ya planteaban que la razón influenciaba las emociones, afectándolas desde criterios cognitivos verdaderos o falsos.

Así se manifestaron muchos de los que favorecieron con su voto a Lasso, no necesariamente simpatizando con sus propuestas, sino como alternativa para sacar a Correa y su movimiento del poder, incluso más allá de las propias convicciones políticas. O por el contrario, muchos de los críticos del proyecto de la “revolución ciudadana” que votaron por Moreno, como maniobra para obstaculizar un posible triunfo de Lasso y su fórmula empresarial de ajuste estructural.

Sin embargo, en esta “opción” basada en el rechazo al otro surge el fanatismo por el candidato elegido, en una especie de amor ciego, concordante también con la neurobiología que demuestra que el enamoramiento desactiva la corteza prefrontal, es decir el razonamiento, facilitándonos desde la emoción, la idealización. Lamentablemente, el rechazo a uno y la idealización del otro aumentan las expectativas desmesuradamente y por tanto las probabilidades de decepcionarnos a futuro también, sobre todo con campañas que a estas alturas prometen a la medida de cada elector.

Desde esta perspectiva, podemos comprender cómo la indignación fomentada desde las redes sociales y los medios de comunicación logra desembocar en manifestaciones destructivas y totalitarias, absolutamente contrarias a la defensa de la democracia que plantean, pese a que indignarse es exteriorizar una postura de dignidad que se vuelve más evidente aun cuando la gente reclama sus derechos pisoteados, pero esa movilización solo puede ser liberadora en cuanto sea el resultado de la reflexión crítica; una indignación consciente y organizada de la situación de opresión, conducente hacia el fenómeno de conversión que plantean Moscovici y Mugny para las transformaciones sociales, que surge de la acción coherente, disidente y persistente, no del oportunismo de ciertos “líderes narcisistas seductores” ni del bullicio de las redes. Así podremos revertir nuestra política a cauces creativos, que levanten el velo de la ignorancia que da vida al statu quo.

La venidera segunda vuelta ya es una elección perdida, en cuanto surge de una estrategia de marketing político, que reduce las necesidades de nuestra sociedad a una campaña del terror, que por un lado nos advierte la posibilidad de transformarnos en Venezuela y por el otro el símil entre Lasso y Macri y el fantasma del feriado bancario. Ejemplos sobran y el manejo mediático sobre el impedimento de ingreso al país de Lilian Tintori es sólo uno más, que no ofrece mayor novedad, ya que refuerza el discurso manipulador de la oposición de convertirnos en Venezuela, así como los repetidos abusos del propio oficialismo, que al sentirse impune, viola a diario desde los medios públicos la Ley de Comunicación y evidencia el carácter discrecional con que el Gobierno aplica, según cada quien, la Ley Orgánica de Movilidad Humana.