La soberbia implica la satisfacción excesiva por la contemplación propia, menospreciando a los demás. Los soberbios se sienten más importantes que sus prójimos a quienes minimizan de forma constante, por eso se comportan de manera arrogante y suelen generar rechazo entre el resto de la gente.

Se establece que hay varias características que dejan patente que se es una persona soberbia: la mayor parte del tiempo que ocupa hablando lo hace refiriéndose a los éxitos que ha alcanzado a lo largo de su vida, concretamente en su carrera. Disfruta cuando otras personas, sus “adversarias”, experimentan el fracaso. Nunca reconoce sus errores y cuando alguien le realiza una crítica sobre su actuación, la manera de defenderse es atacando. Tiene dificultad para pedir perdón. En concreto, solo en muy contadas ocasiones, y porque ya no le queda más remedio, solicita disculpas por actos que ha realizado o palabras que ha dicho. Posee una necesidad imperiosa de recibir halagos, por eso necesita que quienes lo rodean estén continuamente resaltando todo lo bueno que hace. En todo momento necesita tener el control de cualquier situación en la que se encuentre metido. Se molesta por el éxito de otras personas.

La humildad, la sencillez y la modestia son nociones contrarias a la soberbia. Humildad es la virtud que consiste en conocer las propias limitaciones y debilidades, y actuar de acuerdo con tal conocimiento apoyándose en los demás. Esto, aplicado al ámbito político es saber que los países se construyen con pobres, con ricos con la clase media, que no existe un servidor malo, pero entiéndase como servidor a alguien que quiere ser útil a su sociedad, a más de tener buenas intenciones tiene el conocimiento claro de la cosa pública (tan difícil en este tiempo de conseguir personas así).

Analicemos, estudiemos, a los candidatos políticos; preguntemos sobre sus planes de servicio, las leyes que plantearán para la mayoría y mantengan equilibrio entre ricos y pobres. Cuidémonos de la soberbia que tanto daño hace a las sociedades, pues estas son las primeras imitadoras de las malas costumbres.(O)

Carlos Segundo Emanuele Intriago,
Abogado, Guayaquil