Pueblo, mediante la suposición de que gané $ 10.000 en la lotería, espero que entiendas el problema de la crisis económica que agobia. Este supuesto lo hago porque como jubilado no podría ganar esa cantidad, ni pertenezco a la clase de nuevos ricos (ciertos políticos). Esta suposición podría asemejarla a los altos precios del petróleo que como nunca antes tuvo el país.
Con ese premio en mi bolsillo (tesoro nacional) embaldosaría el piso de mi casa, instalaría puertas y ventanas de aluminio y vidrio, etcétera; lo que equivaldría a la regeneración de unas carreteras, la culminación de unas cuantas presas diseñadas y presupuestadas hace tiempo; contrataría a un jardinero, y a un guardián, lo que asemejaría a la creación de nuevos ministerios (especialmente del “Buen Vivir” ). Pondría el guardián en mi casa, ante la delincuencia que está imparable. En definitiva, no guardé dinero, derroché, ni me acordé de la historia bíblica de José que ahorró granos para que los egipcios no mueran de hambre en los tiempos de las vacas flacas. Mi familia (país) me pide el pan de cada día y respondo que todo está invertido, no tengo plata (circulante), ante la insistencia rompo la alcancía de mis hijos; lo que equivaldría a la confiscación de los fondos previsionales particulares, llámense Issfa, Ispol, etcétera, que el trabajador había creado para mejorar la cesantía paupérrima que le daría el IESS cuando esté viejo y enfermo. Como todavía falta dinero en la economía familiar, le pido a sus miembros que contribuyan más recogiendo en la calle botellas vacías y cartones, limpiando parabrisas, haciendo malabarismos en las avenidas. Todas estas actividades las hacen hombres, mujeres y niños mientras otros gozan de un empleo formal en alguna oficina pública maltratando a los usuarios. Medios oficiales decían que el país, económicamente, era un tigre latinoamericano; pero yo pienso, que bien apaleado.
Cristóbal C. Gualancañay Mora, ingeniero civil, Guayaquil