Qué sería del mundo sin la esperada noche de brujas, noche en la que aflora la creatividad para adentrarnos con ropas y maquillaje en un personaje de terror o de moda.

Familias iban con sus disfraces felices por las calles, por un momento imaginé a algunos protagonistas internacionales haciendo el recorrido por sus barrios, timbrando puertas, con sus recipientes de calabazas para hacerse merecedores de unos caramelitos.

Ahí estaban algunos autoritarios de este lado del mapa disfrazados de demócratas. Esos que socavan la independencia de los jueces y la prensa. A uno le decían “duro maduro de matar”, era alto, muy alto, moreno e iba con la cabeza rapada como Bruce Willis, y el otro caracterizaba a Raphael de España, a su paso un coro le entonaba: “Toco madera, no quiero tu cariño aunque me muera”... estos y otros se quedaron sentados en la vereda llorando, nadie les abrió la puerta.

Solo un abuelito de la vetusta casa de al final de la cuadra decidió sacar unos chocolates vintage.

Le llaman Pepe, un hombre que ejerció un gran poder, no tiene religión, es casi panteísta que solo admira la naturaleza. Con compasión de maestro les entregó dulces para que no se quedaran más resentidos.

La mujer del disfraz de la misteriosa niña del pelo largo de El aro era la que más chillaba, reclamaba más golosinas para sus nietos. Se me hizo difícil reconocerla, pero cuando empezó a hablar con acento argentino supe que era una ex, que ahora recorre los tribunales por casos de corrupción, que dejó el luto y que tras esta noche de horror volverá a refugiarse en el Calafate.

De espaldas estaba un tipo robusto con un fajín rojo bajo su cuadrada cintura. Tenía unos bigotes pintados y sobre su tupida cabellera negra, un sombrero como de papel. Iba de Cantinflas y como el personaje divagaba: “Evo no querer a Chile y no tener hijo fantasma”, sus historias sobre pleitos con el mar con un vecino y un guagua no reconocido cuentan con suficientes ingredientes para elaborar una asombrosa telenovela con dosis de emoción y hasta un toque de realismo mágico.

Decidí irme a la siguiente calle para ver qué más encontraba. Este personaje sí logró aterrarme. Era un hombre muy blanco disfrazado de ángel malvado, decía con furia en inglés que quería hacer a “América grande otra vez”, pero sin migrantes perseguía a otra rubia con el traje de la novia de Chucky, al que le había perdonado más de una infidelidad.

De pronto, un grupo de zombis al ritmo de la coreografía de Thriller, de Michael Jackson, iba desesperado tras un pokemón. Era Francisco, se había sacado su sotana blanca esta noche para ponerse de uno de los fenómenos del año. Atraparlo no les daba más chupetes, pero estos aturdidos tenían la sensación de alcanzar al mismo Dios que en estos tiempos anda tan perdido. Finalmente, una momia con barba blanca que hablaba con la “z” mostró a pokemón su infinita gratitud con el Padre Celestial tras haber obtenido el milagro de formar gobierno en su país.

Fue una noche como pocas, a cada uno de ellos: “Triki Triki, Halloween, quiero dulces para mí; si no tienes dulces para mí, se te crece la nariz”. (O)